EL INCANSABLE TRÁNSITO POR LA POESÍA

Reseña de Adentro y afuera, de Marcelo Leites, Barnacle, CABA, 2019


La gente se mueve rápido entre sus quehaceres,

el mundo parece un gran hormiguero -

y yo, inventándome la vida, me pierdo en las poesías.


Aisha Baranowska


Encontré por casualidad como epígrafe de esta reseña los versos de una joven poeta polaca y lo traje porque además de estar en sintonía con Adentro y Afuera, creo que mientras nosotros nos distraemos en nuestros quehaceres cotidianos, Marcelo Leites está escribiendo poesía, de la que se pregunta -consciente de la imposibilidad de asirla- a quién interpela hoy. O que utiliza una de las varias dedicadas en la tercera parte como excusa para escribirla o lo haga a pesar del silencio o de que no sepa si es su mano es la que escribe, o de que no haya nada que decir y necesite la poesía para acometer lo indecible como intento, un tozudo y visceral intento, de interrogarse e interrogarnos: sumergido en un mar de dudas / para siempre, dice. ¿y si no encontrásemos las palabras o nos negáramos a usarlas?, también dice. 

Sí, este un libro de variadas dudas existenciales, de márgenes difusos como cuando se cuestiona qué es adentro y qué es afuera o pretende atrapar la energía poderosa de la belleza de un árbol, de un río, del mar, de un pájaro o de una mujer; en su preocupación por la imposible o intransmisible percepción de lo que vemos, de las imágenes de las que capta fugacidades, esencias conmovedoras:

como si eso

como si todo eso

como si nada

como si blanco

como si negro

como si gris 

como si dentro

como si afuera

como si lo único que hubiera

fuera una voz perdida en las palabras. 


Convendría explicar, si los formalismos explican, que  este libro está estructurado en tres partes: Presentación, Nudo y Desenlace. No, contiene tres ámbitos: Otoño,  Adentro y Afuera y Homenajes. 

Otoño: como ese sentimiento cincuentón de que pronto pasaremos al invierno de la tercera edad y convendría ir dejando alguna marca: Crepuscular el cielo/ envejecido/ como un águila, dice en su primera Miniatura. Pero hay que detenerse en las virtudes del águila, en su vuelo solitario, en su capacidad de ver a la distancia y centrarse en la presa, en utilizar las tormentas para volar más alto o en regenerarse en la decrepitud, aislándose, sacándose las plumas para que le vuelvan a crecer. 

Quizás en Otoño sea donde Leites se valga más de las imágenes y evoque la naturaleza entrerriana, no solo para mostrar un camino recorrido, una ubicuidad, una tradición,  sino también para hablarse a sí mismo y recomendarse por ejemplo no olvidar aquellas cosas que lo constituyeron como poeta y como persona, desde autores hasta vivencias. Pero como dijimos al principio, también para interrogarse e interrogarnos: ¿Sentiste alguna vez / que hacía falta romperse / en mil pedazos para decir / la palabra yo? Dice, o: ¿Cuántos velos podemos llegar a tener? cuando se preocupa por cómo percibimos la realidad, cómo “vemos”.

Adentro y Afuera, la segunda parte, funciona como núcleo existencial: Soy mis manos y mis piernas / el que se afirma donde no está / el que mira absorto el horizonte, dice en el poema Soy, o: Entonces,  pienso en los hombres / en todos los hombres / que alguna vez se detuvieron / a mirar las cosas / Y no hicieron más que describir minuciosamente cada objeto. / Por escribir se olvidaron de vivir.,  culmina en Debajo de los sauces, un poema que se vuelve contra sí mismo ya que antes quien narra se detiene con minuciosidad en las sensaciones del estar ahí sentado en estado contemplativo. Y en esa segunda parte es también donde se ocupa del arte de la poesía. En un caso invocando la inspiración porque no hay nada para decir y la poesía está ahí para decirlo y, en otro, inventariando lo que la poesía no es pero sin ser categórico: No sé qué es la poesía y por eso escribo, después: La poesía se mueve cuando estoy quieto. Así, nos introduce, de nuevo, en el envés de las cosas, en los pares opuestos y trayendo otra de las obsesiones que atraviesan todo el libro: la quietud y el movimiento.

La última parte, Homenajes, le da paso a los afectos e inicia con una cita que revela que no le son indiferentes, porque como bien dice Elie Wisel: Los contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Familiares y otros reciben sus dedicatorias, un mensaje de la no indiferencia hacia el vital soporte afectivo que nos permite a veces distinguir entre ese otro par de opuestos: la vida y la muerte. En realidad, estos no son los únicos homenajes, a lo largo de la obra veremos parafraseados, epigrafiados u operando como disparadores (y seré riguroso en el orden), autores como Oliverio Girondo, Calveyra, Mastronardi, Juanele, Mark Strand, Pizarnik, Caeiro-Pessoa, su maestro Leónidas Lamboghini, Sandor Marai, Álvaro de Campos, Viel Temperley, Issa, la mencionada Elie Wissel, Pavesse, Osvaldo Baigorria, Jorge Aulicino, Chacho Müller, Ezra Pound. Lo que no hace otra cosa que revelar la frondosa biblioteca (y no hablo de su blog), que enmarca su poesía.

Entre los homenajes, me detengo en un poema dedicado a su madre, de la que dice que no es otra que la tana Sofía Loren y sabe que la analogía es falsa en algún punto, como sabe también que él no es Mastroianni, a pesar de la coincidencia de los nombres, y esto me servirá para concluir que: quizás en este libro “adentro” esté Marcelo, que sabe que no es Marcello, y “afuera” estemos nosotros (la mirada del otro) compartiendo la duda (más allá del límite de los sentidos) como motor de la sabiduría que dan los años y el incansable tránsito por la poesía.


Fernando Belottini