Llena de viento una bolsa roza en su vuelo incierto la ventana de un primer piso.
La cortina esmerila transparencias sin privar a la sombra que en el interior una luz
de velador anima.
Es una esquina y el colectivo que llega trae consigo pasaje.
Fuelle de puertas fricción de aire metal y caucho.
La bolsa trepa una pendiente invisible.
La ventana del primer piso no cierra completa y en su costado entreabierto
la tela tiembla.
Pierde altura la bolsa. Adherida a la rueda gira en aguarrastros de aceite y piedras,
virutas de la calle.
El bastón que del estribo asoma
tiene en la punta un regatón de goma negra y es
hasta la base de su empuñadura dorada
totalmente de madera.
Adentro se curva y cae la ceniza de un cigarrillo.
La oscuridad se traga la luz y el timbre suena en una habitación contigua.
La brasa enrojece y crepita el tabaco.
El viento se agolpa en la ventana y zumba por el costado incompleto.
Bastón y suelas en redoble de alfombra en el palier de entrada.
Escalera, pasillo y puerta:
nada.
Pegada a la segunda
una bolsa de basura derrama plástica bilis doméstica.
La empuñadura del bastón es de bronce
al igual que el picaporte negando el acceso a uno
dos
tres intentos.
Adentro, la ventana opuesta se abre y el viento que atraviesa el ambiente
sopla por debajo de la puerta los zapatos ocremente iluminados.
Puntazo y taco
pasillo
puntazo y taco
escalera
puntitaco-puntitaco
repiqueteo en el hall
Afuera vereda-calle-viento-frenada y ¡taplamtaPLÚM!
Portazo y rechinar de ruedas (esto no es un cómic)
uno que sale y otro que frena
los dos sobre el mismo charco de donde ahora la bolsa es arrancada de escena por el bastón chorreante y contra el piso del auto lanzada a una persecución
que este relato apenas sospecha.