UNA PIEZA POÉTICA PARA EJECUTANTES VIRTUOSOS: MARATÓN DROMEDARIA, POR ALBA MURÚA

    “¿Quizás el me importa un cuerno tu verso taxativo sea lo
     implícito de la era?
     Era hora que escriba y escribe:
    ¿Qué será esto visto desde el futuro cuando mi tiempo no sea
     más mío aunque hoy mismo no lo sea?”
 
                                                                      Hernán Lasque
 
Otra vez la música. La música y el poema íntimamente unidos, esa melodía. El ritmo poético o una cadencia que algunos sentimos en el pulso, en las tripas, ese escribir como respirar.
Los epígrafes nos hablan de esta música, del ritmo que puede escucharse mejor si realizamos una lectura completa. Este poemario es un pieza musical. ¿De cámara o una sinfonía?  Nos inclinamos por la última opción, aunque nos faltan conocimientos musicales para apreciarla en su totalidad.
Por cierto, el primer verso del primer poema inicia así:  “Canta pájaro indio tu secreto…” y, claro, evocamos de nuevo a Whitman en su Canto a mí mismo.
En ese primer poema, hacer y decir son una sola cosa. La invocación con su ritmo de tambores nos recuerda también a Nicolás Guillén.
En esa Arenga, entonces encontramos la evocación del gran vate estadounidense. Pero en el juego sintáctico,  reminiscencias de Lezama Lima. ¿Influencias? Sí, aceptadas. Pero ha tomado distancia el poeta. Su decir es único y eso siempre maravilla.
Más  dionisíaco que apolíneo, nos ofrece una profusión de imágenes, metáforas, alegorías,  claroscuros, neologismos, preguntas retóricas, sustantivos trocados en verbos que iluminan. Una efervescencia léxica en que el lirismo se combina con algunos poemas más narrativos de forma exquisita. 
Seguimos nuestra lectura tratando de desentrañar el enigmático título. ¿Acaso el poemario se estructura como una maratón? En todo caso, circular. 
Y vamos hacia el poema homónimo.  El centro de la obra que hoy nos convoca parecen ser estos dos poemas amorosos, Jam y Maratón dromedaria.  De un erotismo refinado al máximo, de una estremecedora belleza, única, extraña y, sin embargo, no.  Jam no es la zapada, es la hora, el instante atemporal del encuentro, la hora en que todo se detiene.
Están las pérdidas, claro, está la pena.
Pero está el goce que encarna y se recrea: “…en el sueño táctil/ sabrá nombrarte al calor del polisémico lenguaje…”
Y más. Leemos Álalun y nos preguntamos: ¿un poema onírico, surrealista quizás? Algo se nos escapa y resuena: animal que brilla y transmuta, el poema que huye, nirvana,  aleph… Una música lunar, una marea. Un poemario que termina y no. 
Hay un caballo que va y viene en estos versos. Hay un viento del sur que a veces es el chiflido de unos pulmones no del todo sanos. Hay un mar sin orillas. Hay construcción y mano de obra, la ruta y sus peligros, la meseta.
Y hay un camino interminable para seguir circulando:  el abrazo, el silencio, la palabra poética.
 
* Nota de la autora: Estos poemas no pueden reseñarse. Esto no es una reseña:  es un decir qué bueno poder leerlos;  o bien, gracias por la poesía de Hernán Lasque.