AL FINAL LAS MOTOS NO VOLARON

No tengo clara la fecha y hora exacta

del acontecimiento que a continuación voy a tratar de narrar.

Tampoco estoy seguro de por qué

esa charla fantasiosa e infantil,

y para los otros participantes olvidada por completo

quedó en mi memoria y continúa                

en esta tarde de mayo, muchos años después.

La cosa fue más o menos así:

a la siesta nos juntábamos todos los pibes del barrio

a charlar un rato debajo de los árboles

mientras comíamos mandarina

y escupíamos las semillas al centro de la calle.

Lisandro se acercó y nos contó que un amigo de la escuela

había leído en las sagradas escrituras

muchos detalles acerca de la llegada del Apocalipsis

y cómo eso repercutiría en todos nosotros. 

No nos importó para nada eso del juicio final

porque de hecho a esa edad nos gobernaba

sobre todo el impulso.

Lo que más nos impresionódel relato

fue que una de las cosas que iban a ocurrir en el año 2000

era que las motos iban a volar.

Todos nos comenzamos a mirar

y en nuestros ojos se veía

la maravilla de la fascinación y el desconcierto.

Yo nunca más me olvidé de esa charla

que tuvimos en la infancia

en aquella siesta soleada.

De hecho la primera noche del nuevo siglo

fui a esperar la venida del nuevo año

a un boliche a las afueras de la ciudad.

Entre trago y trago de una cerveza fría

pasadas ya algunas horas de la medianoche

miré el cielo oscurecido

y en pedo me acordé de esa charla enfrente de casa.

Y busqué, inútilmente, entre las estrellas

aquella ilusión ingenua que tuve de chico

de que las motos en el 2000 podían llegar a volar.

             

De El alguacil y la tucura (2013)