"PENSÉ LOS POEMAS A TRAVÉS DEL SILENCIO", POR REVISTA COLOFÓN

Sombra grande(Lomo Libros), del poeta Julián Bejarano, es un poemario inspirado en los relatos del último sobreviviente del pueblo Chaná, Blas Jaime. Así, el libro busca dejar un testimonio sobre una lengua que se creía extinguida a través de logradas imágenes líricas. Una sensibilidad de fuerte conexión con la naturaleza y la espiritualidad del Paraná. El resultado es una notable reconstrucción de un imaginario poético cuyas raíces culturales anteceden a la propia fundación de la provincia de Entre Ríos.  Un canto heroico sobre los primeros habitantes de esa tierra, atravesado por las mansas aguas del Gualeguay.

 

-¿Qué te atrajo a querer escribir sobre los primeros habitantes de Entre Ríos? ¿Por qué una crónica y por qué la articulaste a través del verso?

Maximiliano Schonfeld me habló sobre los Chanás. Maxi es un amigo cineasta que nació en Crespo, Entre Ríos. Nos juntamos y me empezó a contar unas pequeñas historias sobre esos primeros habitantes. Me dijo una cosa que fue como un disparador para mí. Me contó que fue un pueblo muy silencioso y que tenían la costumbre de cortarle la lengua a los perros, para que no ladrarán y así no atraer al enemigo. Él fue el que me pidió, en aquella primera reunión, que escribiera un poema sobre los Chanás. Para tener una especie de base desde donde arrancar una película. De la cual ya realizó un avance. Mi trabajo a partir de ahí fue el de investigar acerca de los detalles sobre ese pueblo. Así que se podría decir que fue un trabajo por encargo. Aunque después, mientras lo escribía, me identifiqué mucho con la obra. Creo que inconscientemente era algo de lo que siempre quise escribir. Mi mamá siempre me dijo que por parte de la familia de ella, tenía descendencia aborigen. Cuando me sentí preparado con un par de imágenes en la mente me largué a escribir. La idea era componer sólo un poema largo. Pero cuando menos acordé tenía escritas más de cien páginas de Word. Así que no me quedó otro que llamarlo a Maxi y decirle que el poema me había salido un poquito más largo. Cuando Tomás Fadel, mi editor, leyó el libro se le ocurrió poner ese subtítulo. A mí me pareció un verdadero hallazgo. Así que lo dejamos así.

 

-¿Cómo llegaste a Blas Jaime, el último chaná parlante, y la persona que te inspiró para encarar este libro?

-A Blas Jaime lo conocía mucho antes de empezar a escribir Sombra Grande. Había leído varias entrevistas que siempre le hacen en el diario de Paraná. Sabía su historia con los lingüistas del CONICET que vinieron a investigarlo y todo eso. Estaba al tanto de su historia, digamos. Cuando empecé a escribir el libro, volví a releer sus notas y a mirar lo que había de él en YouTube. Leí el diccionario que tiene editado sobre la lengua Chaná que es muy interesante. Hasta existe una canción de cuna sumamente hermosa que él compuso en idioma Chaná. No lo conozco personalmente, sólo nos cruzamos en la presentación del libro y se lo regalé. Le dije que si quería podía recitar un poema del libro. Me dijo que no le estaba permitido leer poesía en público porque era signo de debilidad y que él era un guerrero Chaná. Es un personaje muy divertido.

 

-¿Cómo le diste forma al poema del cual solo queda una voz a punto de desaparecer?

-Pensé los poemas a partir del silencio. De hecho es la palabra que aparece en el primer verso del primer poema. Esos indios fueron básicamente un pueblo nómade, cazadores y recolectores. No dejaron ningún tipo de templos sagrados ni calendarios solares. No tenía nada más extraordinario para poetizar que el silencio de esos primeros habitantes pasando las horas del día sobre un paisaje psicodélico, que es lo que más me atrae del litoral. Cuando arranqué el poema del final, el que lleva por título el libro. Tenía una imagen que me acuerdo de algo que aprendí en la escuela primaria. Y era la de un mapamundi colgado de un pizarrón con un montón de líneas que dibujaban las larguísimas caminatas humanas para ocupar la vasta extensión del planeta. Siempre me llamó la atención que un ejercicio tan simple como el de caminar haya llevado al hombre a la evolución.

 

¿Contaste con varios borradores?

-No uso borradores, ni corrijo tanto. Es una característica muy particular que ejercito desde siempre. Lo que sí, modifico alguna que otra palabra cuando releo lo que escribo en voz alta. Cuando leo en voz alta a veces me confundo y digo algo que en realidad no está escrito. Es una costumbre que tengo. Y siempre dejo el error escrito. Es decir, lo que dije en voz alta y no lo que estaba literalmente escrito. Es producto de mi ansiedad. Me dejó llevar por ella. Pero básicamente el esqueleto de lo que escribí por primera vez es lo que finalmente queda editado. La corrección no es algo que me guste hacer. Así que no lo hago. Si alguien me dice que tengo que darle vuelta o corregir demasiado una parte, la elimino directamente.

 

-Imagino que para indagar las raíces más profundas de la provincia de Entre Ríos, no debió ser tarea fácil. Pienso, particularmente, en la flora y fauna meticulosamente registrada a lo largo de todo el libro. ¿Cuál fue tu camino de investigación sobre el tema?

-Leí varios libros sobre el tema. Hay muchísimo material. Tuve que releer la novela El Entenado, de Juan José Saer y también leí El Río sin orillas. En la parte final de ese libro hay una imagen increíblemente narrada por Saer que es algo que viví mucho en mi infancia. Y es la de la gente comiendo pescado frito. Saer describe la olla, el papel de diario donde se apoya y que sirve para agarrar la posta, el limón, etc. Saer es un genio, el mejor de todos. Me emociona muchísimo. Me hubiera gustado verlo aunque sea desde lejos jaja. Leí los diarios de viaje de Ulrico Schmidl. También el tomo número I de la Historia de Entre Ríos. Me sumergí en una biografía de Artigas (que estuvo casado con una Chaná y pasaba mucho tiempo con ellos donde aprendió mucho de sus técnicas para luchar), que es como mi prócer preferido. Y el verano pasado, mientras escribía el libro, estuve unos cuantos días en Concepción del Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú. Donde hay un museo que exhibe piezas y armas encontradas en la zona que pertenecen a los Chanás. Me impresionó muchísimo la prolijidad de la flechas, por ejemplo. Esto me llevó a entender que no eran salvajes y sin almas como los europeos los tildaban. La idea también era ver esa vena larguísima y marrón que atraviesa toda la provincia como es el río Gualeguay.

 

-En Sombra grande se despliega una sensibilidad muy singular. Es una poesía que crea un lenguaje propio sobre el paisaje, un lenguaje del sentimiento hacia los animales que merodean los montes, las plantas, el agua, los habitantes del Paraná… ¿Cómo trabajaste esa síntesis que responde al tono elegíaco del poemario?

Sombra Grande cuenta de cuatro partes. Arranca con un primer poema quizás un poco pesado y que cariñosamente lo llamó caótico. Como un disparador de imágenes. Me gusta pensarlo como si yo estaría en una fiesta pinchando discos y en ese preciso momento estoy pasando, como si fuera música, el gran poema entrerriano, que es sin lugar a dudas: Luz de provincia de Carlos Mastronardi. Después siguen una serie de poemas en donde traté de poner más la energía en la música que las palabras pueden llegar a darnos, que el significado que las mismas tienen. En ese juego salieron cosas que me gustaron. Después de eso viene como un descanso que a pesar de que está escrito a lo largo no llega a ser narrativo. Que es algo que a mí no me sale. Y el final está el poema largo donde aparece un poco la historia y la evolución. Una sucesión que se la podría llamar media heroica. Que comienza con la luz sobre el agua y que termina con una voz en off despotricando contra la noción del tiempo, un final bastante filosófico. Yo no tenía nada armado antes de escribir. Fui leyendo el partido a medida que lo iba jugando.

 

-Te leo unos versos a modo de ejemplo: “Hojas verdes serpentean a través de la sábana fiacosa/ de la cuchilla grande,/ sombra a la siesta que come espacio.” Aquí otros, pertenecientes a “Sombra al vuelo”: “Vuelo al ras de una tijereta sobre la pantalla del río./ Las sombras en el agua./ Lo que pedalea el sol.” Hay un trabajo muy estilizado en torno a la construcción de las imágenes. Son versos que quedan muy presentes en la memoria del lector.

-Siempre trato de mezclar como dos mundos muy distintos. En los ejemplos que das, se nota mucho eso. Una palabra te lleva a la otra. Es un juego bastante infantil. Pero me sigue gustando. La palabra sábana me lleva a la palabra fiaca y así voy como alargando. La poesía a veces es dar vueltas y estirar. Bastante histeria. En los otros dos ejemplos se maceran situaciones clásicas con cosas más actuales. Una vez estaba enfrente al río Paraná y pensé: es como un monitor apagado. Entonces esa imagen siempre la tenía lista en la cabeza para alguna vez escribirla. Lo mismo con lo del sol pedalea. El sol no tiene piernas como para subirse a una bici, pero me gusta que esas dos palabritas sean vecinas. Ser poeta es como no haber madurado nunca.

 

-El agua del río atraviesa buena parte del libro. ¿Mientras estabas desarrollando Sombra grande, vino a tu memoria El Gualeguay de Juanele?

-Sí, claro. Hasta en un principio se me ocurrió la idea de que el poema Sombra Grande tenga un verso más que El Gualeguay. De todas maneras no quería que fuera un poema tan abstracto como para mí es ese poema de Juan. Mi idea desde el principio fue componer un poema largo sostenible y llevadero para el lector. La extensión quizás te lleva al aburrimiento. Entonces se me ocurrió cantar, a mí manera, la historia del hombre y la evolución. Un tema universal que cualquiera pueda llegar a entender y que se sea  algo entretenido. También tuve en cuenta otro poema extenso como es la “Oda a los ganados y a las mieses” de Lugones. Pero deseaba que Sombra sea contado desde otro lugar. Desde un lugar menos nacional.

 

-En lo personal, Julián, ¿qué provoca en vos escribir un poema?

-La buena poesía me maravilla. Cuando leo un buen poema o recuerdo algunos versos es como que paso a otra frecuencia. Simplemente me saca del mundo. Me quedo colgado por unos segundos degustando, masticando esos nutrientes que son saludables para la mente y el alma. Me deja tranquilo. La poesía tiene mucho que ver con lo religioso, con lo espiritual. Lo invisible es lo más importante e inevitable para la historia de cualquier hombre.

 

-Un poema de otro autor que aprecies mucho. ¿Por qué?

-Elijo el poema “Inútil” de Matías Heer. Es un poema que me encanta. Te lo leo:

 

Inútil

Mientras estoy tirado en la terraza de mi casa,

raspándome los dedos contra el suelo de concreto,

pienso en que si hubiese estudiado algo quizás

no estaría preocupándome ahora por los trabajos

no calificados en los que me voy a tener que anotar

dentro de unos meses. Sin embargo, tengo cosechados

en mi memoria 136 poemas, de algunos recuerdo

sólo los comienzos, de otros frases sueltas y muchos

completos. Pero nadie evaluó mi conocimiento y eso

complica un poco la veracidad de lo que sé

para los empleadores estatales y privados. No me arrepiento:

acumulo cosas en mi mente por placer y no pretendo

que nadie confisque mis ideas en los catálogos

estandarizados de lo que se debe o no

saber. Por otro lado, de todos mis trabajos

tengo algo que enseñar: de cuando fui cajero

cómo meterse billetes entre los dedos sin que la cámara

lo registre, de cuando cocinaba patys en la cancha

la intensidad naranja con que caía la tarde por detrás de las gradas

entre el humo fibroso del paco que fumaban

mis compañeros, de cuando fui telemarketer

cómo persuadir a los clientes para que te cuenten

las historias que te salvan las noches donde el fracaso

se acuesta en la cama y mira fijo como se asquean

tus dedos del cigarrillo. Ahora, que soy cadete

sé cómo llegar a cualquier parte de la ciudad, puedo armar

cualquier tipo de lámpara con los materiales más ridículos

y aprendí en detalle cada uno de los colores

de las telas de Once, poniéndoles nuevos nombres

según las torpes inclinaciones que toma la luz

en los días lluviosos, donde suelo ser uno de los pocos clientes

que se detiene a secarse las manos con la pana exhibida. Pero

nadie puede evaluar eso y, por lo tanto, no voy a encontrar

ninguna remuneración que me quite esta pobreza

de la ropa que uso hace siete años. Mejor así, mientras

más inútil sea mi conocimiento para el resto de la sociedad,

voy a poder seguir aprovechando esta terraza

y el sol enfriándose en mi cara sin que

ninguna presión de clasificación interrumpa

la vagancia de saber las indiscreciones

que me hacen sonreír cuando todo parece suspendido

y sólo mi imaginación puede activar el movimiento laico

de las molduras prehistóricas de las nubes.

 

Tiene todo lo que tiene que tener un poema: fuerza, imagen, tensión. Es sentencioso y tiene algo que decir, me dejó una enseñanza y por eso lo recuerdo siempre.

 

-Por cierto, ¿tenés o tuviste otros poetas como referentes?

-Sí, claro. Mi maestro fue Daniel Durand. Del cual sigo aprendiendo cosas. Cuando tenía veinte años, Daniel fue muy importante, de él aprendí todo. Me considero una persona con muchísima suerte. Me lo crucé apenas estaba arrancando con esto de la poesía. No conozco a nadie que sepa más de poesía en este país que él. Se sabe hasta los nombres completos de los poetas de inferiores capacidades. Te simplifica mucho las cosas conocer a un maestro de la calidad de Durand, cuando recién estás escribiendo tus primeros poemas. También conocí a Arnaldo Calveyra. Y siempre nos veíamos cuando él visitaba el país. Compartí viajes con él a su pueblo natal, Gobernador Mansilla. Pero con Dani somos realmente amigos hace más o menos quince años. Tampoco me tengo que olvidar de Claudia Rosa que, a pesar de no ser poeta, fue una persona muy influyente para mí. Claudia fue la profesora que conocí cuando me anoté para estudiar Letras en Paraná. El primer día de clase no me lo olvido jamás. Ella había renunciado a la cátedra de Literatura pero de todos modos fue a darnos clases, a los nuevos alumnos de la carrera, para que no andemos dando vueltas por ahí. Creo que ni siquiera se presentó, empezó a leer poesía muy distendida con los pies sobre el pupitre. Leyó fragmento de Punctum de Martin Gambarotta, poemas de Cucurto y de Fernando Pessoa. Mi cabeza explotó en ese preciso instante. Nunca más fui el mismo después de eso. Yo en esa época, tenía diecinueve años, pensaba que los poetas eran personas grandes y que estaban la mayoría muertos. No sabía que se podía escribir poesía de esa manera. Unos meses después abandoné la universidad para no perder el amor por la poesía.

 

-Como poeta y uno de los editores responsables del sello de poesía Gigante, ¿creés que se está creando un nuevo mapa federal de la poesía en estos años?

-Creo que sí. Internet ayudó un poco. Lo que sí es real, es que el mercado sigue estando en Capital. Ni Rosario, ni Córdoba, ni Santa Fe pueden competirle. Suena triste y hasta poco romántico decirlo pero la demanda y las ventas y eso de hacerte conocido estimula a los autores a seguir creando. En realidad debería ser todo lo contrario. Cuando empecé a escribir allá por el año 2005 no había casi espacios para la lectura en vivo en el interior. Y eso me daba la fuerza y las ganas de poder generarlo. Y que nadie te conociera era la libertad total para escribir. Siempre recuerdo esos lindos años junto a mi compañero de generación Ariel Delgado. Nos volvíamos locos en Paraná para poder buscar algún bar para poder leer en vivo. Y cuando viajábamos a Buenos Aires a leer era de una felicidad extrema y lo disfrutábamos un montón. Pero después uno se vuelve más grande y un poco pierde ese tipo de emociones. De todas maneras se puede escribir desde cualquier parte del mapa. Y no sé si es tan importante el lugar geográfico. O por lo menos quizás sí cuando empezás. En la poesía se da lo mismo que con la naturaleza. Importa más la tradición que lo que logra un solo poeta. Lo mismo ocurre con la especie que es lo que de verdad perdura y no las conquistas de un solo hombre. Cuando uno ama y sabe hacer alguna disciplina no la abandona nunca más.

 

-¿Pensás que la poesía actual está más influida que en años anteriores por la narración?

-Lo que pasa es que siempre la poesía actual está escrita por gente joven. Y la narración es un recurso que se adapta fácilmente a esa edad. El problema viene después cuando vas creciendo y gastaste mucha pólvora de entrada. Encontrar nuevos recursos para entretenerse y seguir creando. Lo que Fabián Casas llama luchar contra la zona de confort. Es todo un desafío como cambiar de trabajo. Pero volviendo a la pregunta. Si la narración les sirve a los que recién empiezan que le den para adelante y que no le aflojen. Porque la tradición los necesita.

 

Entrevista tomada de: Revista Colofón