"UNA AVENTURA DE LA IMAGEN", POR DOUGLAS DIEGUES

Muchos podrán estar en desacuerdo, y es bueno que estén en desacuerdo, porque eso producirá un enriquecedor choque de ideas, producirá que nuevas ideas nazcan, que no se momifiquen. Algunos podrán hasta retirarse deslizándose discretamente entre las mesas del Café (1) (aunque sería bueno que se quedasen), pero no podrán negar que Jorge Montesino es hoy uno de los poetas más inventivos y fecundos en actividad ene. Paraguay. Así como fue, en su momento, el brasiguayo Livio Abramo, uno de los artistas plásticos más estimulantes e importantes del Paraguay durante varias décadas. Entonces nadie parecía creer tanto en el arte como Livio Abramo. Livio decía, hacía, organizaba, enseñaba, escribía los catálogos de las muestras, estimulaba, enriquecía, iluminaba el país con su energía, participaba y compartía el rocío de sus descubrimientos con los más jóvenes. No mezquinaba el rocío.

Hoy, nadie parece creer tanto en la poesía como Jorge Montesino. En doce años de Asunción, entregó al país cuatro libros de rara calidad poética, tiene algunos curiosos inéditos en la gaveta y es el idealizador/organizador del espléndido Encuentro Internacional “Poetas en la Bahía” en Asunción. El mismo que el año pasado consiguió reunir más de ochenta poetas que celebraron el fuego de la palabra en el ombligo del país.

Montesino es más que un hombre de letras común, conforme con su tiempo, acomodado en su gabinete. Él duerme y se levanta con la poesía. Nunca vi un poeta que viviese tanto para la poesía. Desayuna poesía. Atraviesa la mañana con la poesía. Se alimenta de la poesía que hay en la crema. Almuerza poesía. Cena poesía. Corre todos los riesgos para vivir la poesía de su tiempo.

Una de las cosas que también admiro en Montesino es que para él la poesía no es un oficio, una profesión, es más que eso. Es algo más sagrado que una profesión. Algo como el aire. Algo vital. Algo necesario para la salud del cuerpo y del espíritu. Algo orgánico, vivo, como bosta de elefante. En el ámbito del Paraguay contemporáneo, Jorge Montesino, juntamente con Sonia Tiranti, Cristino Bogado y Montserrat Álvarez entre otros, pertenece a un fenómeno raro de una cierta novísima literatura paraguaya que, con un fuego nuevo, chamanístico, erótico, experimental, indignado, lúcido, tierno y feroz, viene incendiando la placidez del paisaje, la comodidad neocolonizada y el conformismo literario de un país que, según declaró Augusto Roa Bastos a un periodista mexicano recientemente no existe más… En realidad no estoy seguro de que el Brasil todavía exista, ni siquiera de que el mundo aún siga existiendo… Pero creo firmemente que la poesía de Jorge Montesino sí existe, y que el nacimiento de esa poesía se dio en el Paraguay, o mejor, en la capital del Paraguay, en el centro neuroparanoico mismo del país.

En Asunción, Montesino recibió incluso dos importantes premios por su primer libro Rojo de Vapor y otros poemas, una perturbadora maquina rara de “canjear ruidos por incertidumbres”. El libro fue presentado por el crítico literario Jorge Aiguadé y Miguel Ángel Fernández, dos de los pocos en constatar la salud de Rojo de Vapor y su importancia para la literatura paraguaya de “ninguna parte”, que ciertamente nunca será la literatura oficial del país, que existe y no existe al mismo tiempo…

Después Montesino edita una de las mejores revistas de poesía hechas en Paraguay. Me refiero a la experiencia de los trece números de El Augur, una revista que me llamó la atención tanto por su calidad gráfica como por la calidad de los textos que Montesino publicaba. En esa revista podíamos leer textos de Jorge Canese, Olga Zamboni, Miguel Chase-Sardi, Edgardo Cordeu, Lilian Sosa, Félix Álvarez, Arturo Fleitas, Mara VacchettaBoggino, Olga Orozco, Susana Villalba, Jesús Ruiz Nestosa, Marcelo Leites, Néstor Perlongher, Rafael Courtoisie, Wilson Bueno, Hernán Jaeggi, Beatriz Escalante, Sonia Tirante, Douglas K. Currier y muchos autores interesantes entre los que recuerdo especialmente un bello ensayo de  Luis Felipe Noé sobre james Joyce. Recuerdo que al descubrir El Augur quedé feliz con la sorpresa de una banda de jóvenes escritores que hacían una literatura con esperma, o sea de muy buena calidad, sobre todo porque de este lado de la frontera prácticamente nadie los conocía.

Un día fui convidado a visitar Asunción y telefoneé a Jorge Montesino. Marcamos un encuentro. Montesino me atendió muy amablemente pues es una persona muy simpática. En esa época se estaba recuperando de un accidente automovilístico. Después comimos juntos y él me obsequió Rojo de Vapor y quedamos amigos.

Años después, en otra visita que hice al poeta Jorge Montesino, me presentó Malúrinvé, su segundo libro, y más tarde, en otra oportunidad, La Espuma o el Recurso de lo Efímero. Debo decir que en todos los viajes que hice, las veces que me encontraba con él, regresaba más rico a casa, porque lo que Montesino generosamente me obsequiaba no eran sólo libros. Tenían forma de libro. Pero no eran sólo libros. Eran el fuego mismo de la poesía, el fuego de la palabra, era eso lo que Montesino me transmitía y es eso lo que ahora siento que me entrega con Los Pies sobre la Tierra Floja. Un fuego verbal generoso, un nuevo libro de poemas, una “aventura de la imagen”. Cómo él dice, “no-álbum de figuritas”. Una aventura de la imagen, una aventura del ojo, porque no existe ojo sin imagen ni imagen sin ojo. Una aventura de la memoria del ojo, porque el ojo no sólo sueña lo que está viviendo, el ojo es memoria y ojo y memoria son inconcebibles el uno sin la otra, así como son inconcebibles la noche sin el día o el agua sin la tierra.

Con su ojo chamánico Montesino pasea entre las cosas insignificantes, diminutas, y escribe un libro que parece haber sido escrito con el ojo, un ojo lúcido, que no vendió su alma ni sus utopías. Un ojo que escribe con imágenes, un ojo que piensa, que respira, que delira, “aquí están los hechos minúsculos, aquello de la vida a lo que, generalmente, no le prestamos mayor atención”, nos dice el ojo, y resuelve su poema, porque un poeta, como dice Ungaretti, resuelve su problema proponiéndonos una poética.

Y es esto lo que nos propone Jorge Montesino con esos textos “dedicados a lo diminuto”. Una poética suya de lo diminuto, de lo precario, de lo inacabado, de los pies sobre la tierra floja. Una poesía de la precariedad de la condición humana, de la precariedad de las máscaras, porque “apoyar así los pies sobre la tierra floja / (de un animal informe el lomo) / es un hecho mínimo / en la historia del hombre / un hecho más o menos de esta altura”.

Somos los humanos absolutamente insignificantes, pero algunas veces nos olvidamos de eso. Olvidamos nuestro origen de tierra, de barro, de agua, de arena. Nuestro origen de polvo y sueño. Olvidamos que fuimos cosas más insignificantes todavía. Olvidamos nuestro parentesco con las ranas, con los insectos que las ranas comen, con las liendres, porque todo es precario en este mundo de cosas insignificantes, porque todo es insignificante en este mundo circular en el que nacemos, envejecemos, enfermamos y al fin morimos. Porque casi siempre olvidamos nuestro origen de tierra floja y de aire. Eso nos enseña la sabiduría del fuego de Los Pies sobre la Tierra Floja, un libro que en realidad son tres en uno, cada uno de ellos perfectamente identificados en las tres partes unidas pero separadas: el primero, Los pies sobre la tierra floja; el segundo, Mucho más suabe, mucho más buelo; y el tercero, Un minuto con padre.

No he hablado aún sobre las formas que Montesino inventa para plasmar su poema en la página, ni del modo como el poeta valoriza el papel que usa para escribir… Eso tiene que ver con su espléndida energía que no alcanza a acomodarse en formas neocolonizadas, definidas, consagradas. Está buscando siempre lo indefinido de la forma, fenómeno que podemos apreciar con claridad en la segunda parte: Mucho más suabe, mucho más buelo. Esa búsqueda de formas imprevistas, desconocidas tal como experimenta en la segunda parte es harto saludable para la poesía contemporánea del Paraguay y del mundo entero. Las formas que Montesino testea (porque él está siempre experimentando y descubriendo nuevas formas), revelan un inconformismo esencial, una manera de dar lo mejor de sí a la poesía.

Juan L. Ortiz, uno de los mayores poetas de la Argentina contemporánea, decía que a la poesía no se le puede pedir nada, sólo se le puede dar, y dar, siempre, lo mejor de sí mismo. Eso es lo que Montesino viene haciendo desde hace doce años en Paraguay, en una entrega permanente de lo mejor de sí mismo a la poesía, no solamente los fines de semana o los feriados, sino todos los días, todas las horas, todos los minutos de su vida. En un país donde la mayoría de las personas está siempre preocupada con sus narices, sus problemas, con su bolso, la presencia de Montesino es más que necesaria.

Debo decir que Montesino, además de fenómeno raro en el ámbito de la literatura paraguaya de este comienzo de milenio, es uno de los maestros de su generación, por el estímulo constante a los más jóvenes, por el permanente rechazo a la neocolonización poética y por su fuego verbal indígena-argentino-paraguayo, que puede incendiar un paisaje.

No hablé de muchas otras cosas, y no voy a hablar porque no quiero traicionar la poesía de Jorge Montesino con explicaciones y análisis literarios, porque explicar un poema, algunas veces es como traicionarlo. Si los poemas tuvieran que explicarse, tal vez no se necesitaría escribirlos. No se puede explicar un poema, apenas se puede leerlo. Todas las explicaciones son nada más que formas de lectura y yo prefiero dejar que la “tierra floja” de la que están hechos los poemas de este libro y el fuego de la palabra de Jorge Montesino ilumine un poco nuestra precaria condición humana.

 

Campo Grande, agosto de 2001

 

Este texto fue leído por su autor el 5 de septiembre de 2001

 en la presentación del libro

“Los pies sobre la tierra floja”, en el Café Literario de Asunción

y luego publicado en el Suplemento Cultural del diario ABC Color.