He visto las garzas de blanco mármol
en el espejo de los pantanos;
he visto la angustia en la mirada de las vacas
degollándose en los alambrados;
he visto ese rojo
desgarrado, caer
sobre el vello de la tierra
en el sagrario del oeste,
como lo habrán visto
ellos,
ayer.
Pero no están.
No están,
y es un grito y es una muralla
el aire,
en cada barranca mordida,
en las pulidas ágatas,
en cada nueva corriente antigua del agua,
no están... no están...
No sé por qué
en la inapreciable crónica de
Ulderico Schmídel se pueden ver
revivir,
los desolados juncos junto al sol
y las totoras y el melancólico sauce
o el ceibo; y sentir
el rasgueo de la muerte en el duro afán
contrario a las puntas de las flechas,
y presumir que en esta danza verde
tiembla y huye la tribu,
o sospechar que
con los ojos oscurecidos
sobre las pieles, bajo de las pieles
temen las sombras que tienen
cielo y tierra sombríos.
No sé por qué
la voz del alemán se hunde en la noche,
confunde mi persecución tenaz,
excita mi búsqueda hasta la fiebre,
mezcla mi mezclada sangre con un oscuro
deseo de saber
por qué hubo la muerte.
Y veo un guerrero en el lecho gredoso del río,
tropiezo con túmulos que no sé interpretar,
desde un turquesa sucio me mira ciego
un pedazo de pájaro de barro cocido, y
una voz gutural teje un largo silencio
que en la trama impenetrable
no acierto a descifrar.
Cortadas por el filo de las lanzas, que ya escucho,
extrañas figuras en la noche se ocultan,
un caballo vuela separado en sus partes,
obedeciendo al rito flotan las falanges,
forzando la carne penetran las maderas,
un galope cimarrón pone un temblor en cada estrella
y toda la luz de la noche espantada
abraza un silbido lunático que va boleando el aire
hasta romper las sombras
en el aullido de un puma que cae y se entierra, ah,
y veo las islas y veo el monte,
y solo veo
dilatada ausencia,
y está la luna,
la misma luna de entonces
y todo el verde posible bajo este sol,
el mismo calor de entonces,
espinillo, chañar, tala, sarandí,
algarrobo, quebracho y ñandubay…
y está el silencio,
el silencio de ellos que ya no están.
Algo,
camalote, tigre, lomada…
un rastro incierto…
camino, escucho, miro,
la agazapada luz en los sembradíos,
un brillo fugaz de escamas en el lomo del agua,
ramas que habrán detenido al viento,
troncos de árboles que hubieran sido canoas…
Cierta música en el tiempo que no alcanzo a comprender.
Del libro inédito “No sé”