Las tortugas no hablan

En el verano del 2012, Luciano Firpo desapareció en las playas de Ostional, Costa Rica. Cinco años después, Marta, su mamá, me trajo algo parecido a un diario de viaje. En realidad, eran hojas sueltas de un recetario de laboratorios Bagó.

Para vos, ¿Lucho está vivo?, dijo sin sacarme los ojos de encima.

No supe qué decirle. Me quedé con los papeles en la mano, mirando unos chicles pegados en el piso del Hospital San Martín.

Tomá, leélo a ver qué te parece, dijo y me abrazó como cuando se despedía de sus visitas en Rosario.

Todos los fines de mes, Marta traía a Rosario carne con cuero envuelta en un papel de diario. Olía a campo, al campo de los abuelos de Lucho en María Grande. Ella siempre contaba que Luciano, cuando era chico, le hablaba a los caballos. Decía que se paraba frente al corral y se pasaba la tarde conversando con los animales. Sabía de sus penas, de sus alegrías, hasta cuando iban a morir. Cosa que hacen los chicos, decía Marta. Pero Luciano no contaba nada de su infancia.

Un año antes de terminar la carrera, Lucho se fue vivir al departamento de su novia, sobre calle Jujuy. Lo ayudé en la mudanza. Me dejó una mesa de luz de pino porque a Valeria no le gustaban los muebles de estudiante. Valeria era una flaca linda, pero de las psicólogas que aplican a diario sus conocimientos. Cuando nos juntábamos, me cuidaba de no hacer chistes o de decir una palabra de más o de menos. Con el tiempo, dejamos de vernos. Me enteré de su viaje a Costa Rica por Facebook. Valeria publicó una foto en Ezeiza debajo de una frase de Deleuze sobre los viajes.

 

 

Esa noche, después de ver a Marta en el hospital, dejé las hojas sobre la mesada de la cocina, al lado de la pava eléctrica. No comí nada y me fui a dormir temprano. En esa época me estaba separando de la madre de mi hijo. Pocas veces comía en casa, volvía siempre tarde. Y cuando llegaba, la casa estaba oscura y me quedaba hasta la madrugada viendo series por internet.

A la mañana siguiente se me cayó café encima de las hojas y pensé que las había arruinado. Sentí alivio. Después culpa. Las sacudí y las puse en el portafolio. Recién las saqué a la tarde, en el consultorio. Enseguida reconocí la letra imprenta y minúscula de Luciano. Los textos estaban sin fechar y había muchos dibujos. Supongo que, de no haber tenido un padre cardiólogo, Luciano hubiera seguido otra carrera. Marta se había tomado el trabajo de enumerarlas como si ese fuese el orden de los hechos.

 

 

Hoja 1

Llegamos a San José de Costa Rica de noche. Hace calor, y mucho. Valeria está enojada porque tomé ron en el avión. Antes de aterrizar, una mujer vomitó en una bolsa de papel y casi hago lo mismo. En la cinta de las valijas conocimos a unos alemanes y a un suizo. Compartimos el taxi. Valeria insiste en que es mejor ir al mismo alojamiento. Le digo que habíamos reservado otro en el centro y se enoja.

 

Hoja 2

El Hostel de Madeleine está atendido por una alemana que cultiva café y cría perros salchichas. Los perfecciona, dice ella en alemán y español al mismo tiempo. La casa desborda de detalles germanos, pero con olor a plátano. A la mañana, hace más calor. La humedad quita el aire. A Valeria le cayó bien el suizo. Se llama Pierin, o algo así, también habla mucho y no usa desodorante. Los alemanes son más piolas. Henning me hace acordar a un muñequito de Gi-Joe. Las remeras se le pegan a los músculos. Tiene el pelo rubio y usa un gel de coco. Todo el tiempo hace bromas sobre fútbol. Maradona es lo único que dice en español. Oliver es más delgado y tiene los ojos rasgados, tiene aspecto oriental. No le conozco la voz. Ellos tampoco la mía.

 

Hoja 3

Fuimos al volcán Irazú, queda cerca de la ciudad. Caminamos mucho. Valeria sigue enojada por lo del ron en el avión. Cuando me quiere decir algo, lo hace en inglés para que los otros escuchen. El lago verde y espejado del volcán me recuerda al doctor Firpo (así lo llamaba Lucho a su papá, nuca le decía su nombre). A la vuelta, Valeria decide que vayamos a Nicaragua. Ahí me entero que el suizo es antropólogo y tiene contactos en una comunidad insurgente, no sé si dice insurgente o detergente y se enoja cuando le pregunto. Le digo que no estaba en los planes. Exagera un llanto que no tiene y me dice que no voy a cambiar más, que soy el mismo pelotudo de siempre.

 

 

Hoja 4

No puedo dormir. Al Hostel llegaron unos rumanos que gritan y toman cerveza todo el día. A la noche jugamos al ping pong con Henning que tampoco duerme. Mi inutilidad para ese juego se hace evidente y el alemán lo disfruta. Oliver hojea un libro para viajeros en Costa Rica. Sigo sin conocerle la voz.

 

Hoja 5

(No hay nada escrito solo el número de una cuenta bancaria y lo que parece ser una clave. Hay un monto de dinero en dólares y su equivalente en colones, parece que es la moneda de Costa Rica. Al lado de los números, el dibujo de un bisturí abriendo una mano. De la escisión salen cucarachas y hormigas).

 

Hoja 6

Finalmente el mar. Costa del pacífico. Playa Tamarindo. Henning alquiló unas tablas y me está enseñando a surfear. Oliver me habla por primera vez. Me cuenta que su madre es coreana y su padre alemán. Al llegar nos lleva a un alojamiento barato que incluye gallo pinto de desayuno, un plato de arroz y porotos negros acompañado de café. Oliver sigue al pie de la letra todo lo que dice la Reiseführer, es casi un pastor luterano. En su español pobre dice que los ticos son haraganes y cogen como monos. Nos reímos. Oliver quiere que le enseñe más palabras. Le digo puteadas argentinas. La

concha de la lora es la que más le gusta y la aplica para cualquier cosa. Un día de estos le voy a quemar la guía, creo que lo haría feliz.

 

Hoja 7

El plátano frito es adictivo. En la playa Tamarindo, hay dengue hemorrágico, ticos muertos y surfistas buscando reservas en aviones para volver a sus casas. Todas las mañas me despiertan los monos aulladores.

 

Hoja 8

(No hay nada escrito, abundan dibujos pequeños de personas sin cabeza teniendo relaciones sexuales. Impresiona).

 

Hoja 9

(Más dibujos. Plantas extrañas, frutos tropicales y sus nombres, lagartos gigantes, monos de cara blanca y palmeras. Por momentos parece un libro de botánica. No hay una sola referencia a Valeria por lo que supongo se separaron antes de iniciar el viaje al mar).

 

Hoja 10

Volvemos a la capital, San José de Costa Rica (la letra es muy pequeña y la tengo que leer con una lupa que saco del cajón del consultorio). Los alemanes tienen que buscar unos giros de plata en la Western Union. Después de dos meses en el mar, la ciudad parece el baño de una terminal de ómnibus. Mugre, mierda, miedo. Cables enmarañados sobre casas que cuelgan de los morros. Bolsas de plástico estancadas en helechos y bambúes, mujeres en short comiendo tortas de crema y pollo frito en la plaza central. Muchos autos a los que llaman carros. Pura vida es eslogan de los ticos. Pero todo es en un gran Kentucky friedchicken sin puerta de salida. Sacamos plata de los cajeros y al otro día decidimos volver al mar. Les digo nos vayamos lo antes posible, que no aguanto un día más en esa mierda. A la mañana vamos a una estación de buses que se llama Coca Cola y está cerca de un mercado de calles angostas que llevan aguas cloacales por los cordones. En el camino nos avanzan unos yonkis, muchos de ellos gringos enganchados al crack. Andan descalzos, meados, usan bermudas Quicksilver manchadas de grasa de colectivos. Un yonki le pide plata a Oliver. Su inglés es perfecto, casi melancólico.

 

 

Hoja 11

No puedo respirar, la humedad de San José es insoportable. Es la concha de la lora, dice Oliver y nos reímos. Sacamos pasajes para Ostional, un refugio silvestre en el Pacífico, en donde van a desovar las tortugas gigantes.

 

Hoja 12

El viaje de regreso a la playa se hace pesado. En el camino y desde el colectivo, los cocodrilos tienen el tamaño de un auto. Están tirados sobre las piedras del cauce de un río. Nos detenemos sobre un puente y los monos saltan arriba del techo. Meten la mano por la ventanilla para que les demos comida. Cuando el colectivo avanza, se lanzan de nuevo a los árboles. Todo está sincronizado y parece un número de circo. Después de seis horas de selva bajamos por un morro y llegamos a la playa.

 

Hoja 13

En Ostional la arena es oscura y tiene restos de caracoles. En una hora de caminata descubro bolsas escritas en ruso, ojotas tailandesas, latas de Budweiser, bolsas de plástico y algas fosforescentes. Hay troncos que de lejos parecen caballos muertos.

Henning y Oliver surfean. Los miro desde la orilla. Las olas los tumban, revientan cerca de unos corales. No se dejan dominar, los alemanes no se rinden. Vi una película en la que Hitler, ante el inminente bombardeo al búnker, convence a los jerarcas, incluidas sus mujeres y niños, de tomar cianuro. Ahí están los alemanes aventando la mano para que me sume al mar.

 

Hoja 14

Durante la estadía en Ostional nos alojamos en lo de una italiana. Vino por un tiempo a curarse de su adicción a la heroína, pero terminó quedándose. La casa es de madera y da al mar. La hizo ella con sus propias manos, eso dice. Aunque tendríamos que levantarnos con el sonido de las olas, la tana nos despierta a los gritos. Donati, así se llama, es piel y huesos, un poco machona al caminar y nos trata como si fuéramos sus hermanos menores. La tana grita cuando recuerda la Italia, grita cuando el perro colliese le escapa al mar, grita cuando discute, grita si encuentra que no hay agua en la heladera. Le grita a Henning porque se acuesta sin ducharse y deja arena en las sábanas. A mí me dice luchiano, y se le llenan los ojos de lágrimas como si recordara a alguien. Ella me recuerda a tantos.

 

 

Hoja 15 y 16

(La letra está más grande parece que el texto fue escrito en la playa. Hay manchas de agua y partes de tinta corrida. Se siente el olor a sal en las hojas.)

Después de la luna menguante, las tortugas gigantes avanzan desde el fondo del mar. Dicen que regresan al mismo sitio donde nacieron para poner los huevos. Es la primera vez que veo a los lugareños en la playa. Vienen en cantidades. Hombres en cuero, mujeres con polleras floreadas, niños en calzoncillos y un camión que dice Cooperativa Ostional. Actúan rápido, son precisos, como las hormigas cuando llevan juntas un grillo muerto. Las mujeres esperan que las tortugas desoven y ponen los huevos en bolsas de tela. Los hombres trasladan las bolsas al camión. Los chicos espantan las gaviotas y zopilotes, pájaros negros con verrugas en la cara. Henning se ha unido al trabajo comunal. Corre por la playa cargando bolsas de huevos en la espalda, parece un rugby a punto de taclear a un lugareño. Oliver saca fotos. Algunas tortugas viejas quedan en el camino. Veo un zopilote parado en el caparazón circular de una tortuga. Le picotea los ojos. Lo espanto. La tortuga sangra, se me queda mirando, parece que llora. Y me habla. Tiene la voz de mi abuela Chichí. Dice algo sobre las profundidades del mar, que no hay que tener miedo, que es como cuando te tirás a la pileta y tocás fondo. Que la vuelta trae alivio. Después me da consejos sobre cómo cavar en la arena para poner huevos. Creo que me confunde con otra tortuga.

 

Hoja 17

Por la noche se festeja la cosecha en el galpón comunal. Comemos huevos de tortuga y tomamos ron. En poco tiempo la piel arde, tengo la sensación de estar despellejado, como si la piel quemara. Estamos borrachos, con la tana nos agarramos a un tablón de madera que hace de barra. Henning baila abrazado a una chica de short y zapatos de taco alto, debe tener quince años. Oliver sevuelve a la casa porque se siente afiebrado. La tana habla a los gritos y pisa los ballenatos que envuelven la chapa. Toma ron como si fuera agua. Me confiesa que una vez mató a un hombre a machetazos. Un gringo que vendía drogas en la playa. Los del pueblo la ayudaron a tirar el cuerpo a los cocodrilos. Muchos gringos desaparecen en Centroamérica y nadie los busca, dice. Le cuento lo de la tortuga gigante que habla. La tana se ríe desencajada. Las tortugas no hablan, dice y se ahoga en una risa interminable.

 

Hoja 18

Oliver tiene fiebre y manchas en la piel. Síntomas de dengue, le digo. Delira en alemán. Dice schaisse todo el tiempo, también la concha de la lora. Henning lo va a llevar a San José, pero por la lluvia no bajan los micros. El agua sobre el techo suena como un redoblante; sobre el mar, como un xilofón.

 

Hoja 19

Sigue lloviendo. Los alemanes se fueron. La tana no puede surfear y se pasea por la casa como un gato. Fumamos porro.

 

Hoja 20

Cinco o seis meses después, las tortugas regresan a la playa. Vuelven a desovar, a morir y a dar vida. Un zopilote, casi de mi altura, habla como si fuera el doctor Firpo. Me da consejos de cómo atrapar tortuguitas en su carrera al mar.Hay que estar atentos, mirar a ambos lados porque cuando las tortugas cavan para poner huevos rompen los viejos y ahí nacen. Entonces, ¡Zás!, la agarrás del cogote con el pico, fuerte para que no escapen. Después las destripas lento ysaboreas la carne. Lo hacemos para sobrevivir, se justifica el zopilote mientras devora una tortuguita. Las demás avanzan por la arena, puedo escucharlas hablar entre ellas, en realidad se dan aliento. Por momentos, me siento en una película de Disney en laque los animales hablan.

 

Las hojas sueltas terminaron ahí. Lo que sucedió después con Lucho, lo supe por los diarios. Mochilero desaparecido en Costa Rica. Encuentran tabla de surf del argentino. Sospechan que lo tragó el mar. Familiares del mochilero piden ayuda a la embajada. Cesa la búsqueda.

A los pocos días Marta me llamó. Me preguntó si había leído las hojas. No supe qué decirle. Ella me contó que un matrimonio amigo vio a Lucho en una playa de Cancún, vendiendo porquerías. Otras dijeron que en Bahía, Brasil, había un chico muy parecido, pero pelado.

Esa noche no pude dormir. Googlé Ostional y apareció una playa larga, solitaria, casi un paraíso. Busqué pasajes baratos a San José, simulé una reserva y luego abandoné la compra. Apagué la computadora y me fui a dormir. Por suerte, toda esa semana estaba de guardia en el hospital.

 

En Lo que comen los erizos (La ventana ediciones, Paraná).