Fotografía de un marinero

De Inventario (Ediciones Danke, 2020)

 

Viale, Entre Ríos, 3 de abril de 1948

La foto lo muestra en la puerta de la casa familiar, con una mano en la cadera y la otra suelta. Sonríe. Es alto y en su cara algo sugiere su ascendencia griega u oriental. La boca ancha convive con un par de ojos gatunos, fríos y dulces a la vez. Su atractivo no es literal, pero incluso una vieja imagen logra capturar el aura magnética que desprende.

¿Y qué hace un marinero joven y lleno de energía, mediados de 1940 en un pueblo con apenas algún arroyo en las afueras? Al parecer necesita alejarse de su ciudad unos días, y decide visitar sin aviso a unos tíos a los que lleva, calcula, más de diez años sin ver.

Llega para la hora de comer. En realidad, ni bien lo ven llegar la hora de la próxima comida se adelanta. Se les ordena a Sofía y a Inés correr a poner la mesa y arreglarse, a Carlos, el hijo menor, a ayudarlo a llevar sus cosas adentro y hacerle compañía, y a Boris, el mayor, un joven frágil y suave como espuma, se lo manda a saludar y a ocuparse de algo en otra parte.

Después, a Sofía se la deja hablar con él por horas, mucho más allá del fin del almuerzo. De lo que se trata es de darles el tiempo necesario para que el marinero la observe bien: las pecas escondidas bajo el rubor rosa, la piel pálida, el vestido. La belleza sencilla que deja salir como si hubiera olvidado una canilla abierta. La familia entera abonará entonces, en silencio, una posibilidad.

¿Y qué hace ahora el marinero, fumando afuera solo, mientras adentro la casa se prepara para darle un lugar cómodo donde ducharse y descansar? Mira el cielo estrellado, recuerda el sueño que tuvo la noche anterior: un caballo de carreras, la casa de su infancia y las caras de algunos amigos se mezclaron en una sopa eufórica y rara, pero feliz.

Cuando Sofía salga a la vereda y se encuentren de verdad solos, bajo la capa infinita de posibilidades que la oscuridad ofrece, esa felicidad saldrá disparada de él como una flecha, de corazón a corazón. Será el comienzo y como tal, en él ya estarán vivos el primer beso, las charlas infinitas, el sexo como si el mundo fuera a terminarse, la mudanza, los planes. Pero todavía no. Todavía está afuera solo, respira el aire frío y metálico de la noche casi a campo abierto, escucha con atención los cientos de sonidos nuevos, deja que su buen humor crezca como un yuyo o un hongo con la humedad. Todavía no quiere pensar en nada, y juega a encontrar dibujos involuntarios en el humo que sale de su nariz.