Calveyra, Arnaldo, Diario francés (1959-1960). Vivir a través de cristal. Adriana Hidalgo editora, 2017, 284 páginas.
En el libro se lee “Palabras llenas de fronteras (…) difícilmente encastran en la experiencia”, y resultan pertinentes para comenzar, por dos motivos; uno, porque las de Calveyra (1929-2015) están siempre entre la frontera del verso y la prosa, el drama y la comedia, el francés y el castellano; y dos, porque “Diario francés (1959 -1960)” difícilmente encastre en la experiencia del diario, sean los anteriores del mismo autor, sea la forma clásica. Por esta última razón el posesivo remarca la idea de que arribamos a un trabajo particularísimo del autor que vivió (o vive), como sus palabras, entre las fronteras. ¿Acaso es tal la estrechez del horizonte que separa sujeto histórico y sujeto literario, en Calveyra, que por poco una palabra puede encerrar las dos cosas?
En principio, decir que estamos ante una obra póstuma es anecdótico. Lo importante es anunciar que es una obra sin falsos miramientos, dado que Calveyra confiesa en esa especie de advertencia preliminar: “los papeles escritos de viaje comienzan a ser falsos una vez el viaje a terminado”. Aunque el viaje en tanto sujeto histórico haya terminado (1929-2015), el de sujeto literario sigue en camino. En ese trayecto, “Diario Francés” se convierte en una obra esencial para intentar comprender desde dónde parte y dónde termina su proyecto literario. A sabiendas de que, como ya lo dijo en “Diario de Eleusis”, “De ninguna parte la voz del hombre que se pone de viaje y se demora hablando unos momentos”. Así nos desorienta, como si jugara a las escondidas con sus seguidores, para luego aparecer con una “Flecha rodeada de negro”, y señalarnos nuevamente la trama argumentativa que va construyendo. No se exagera si se afirma que, en este trabajo, escrito entre “Aquí y allá”, las líneas de las fronteras de las que nos habla Lejoune, con Calveyra, se multiplican, pues hay que sumarle la frontera de los géneros.
En “El pacto Autobiográfico”, Lejoune asegura que los estudios de los diarios se podrían describir entre fronteras; a la frontera de las lenguas, de los países, de la literatura, de la infancia, fronteras en las cuales, sin lugar a duda, Calveyra habita, hay que sumarle la frontera de los géneros, puesto que es el grado cero de su escritura del autor: “ya no soy más un escritor que escribe, o que ve, la historia de la literatura en términos de géneros”, como confesó en más de una oportunidad. En este trabajo lo corrobora.
Es un diario, sí, en varias oportunidades cumple con el “calendario”, según la teoría del diario de Picard. Pero ¿por qué no considerar la posibilidad de que estamos ante una novela? “La novela poética tiene, pues, tanto derecho a la existencia como el teatro poético”, nos dice Baquero Goyanes sobre los límites de la novela. Idea que viene reforzar la conjetura de que Calveyra juega con nosotros cuando buscamos definirlo: “…-Yo no bromeo, estoy hablando en serio, yo siempre hablo en serio, yo soy un niño”, y esa frase, aparecida en “Diario francés”, explicita esa faceta lúdica. Es decir, existen fechas tales como “La Plata, 1960”, al comienzo, o “1° de septiembre”, en del capítulo VII y final, pero también nos deja cartas, entrevistas, fragmentos de cuentos, de teatro, pensamientos políticos, charlas, proto semblanzas, poemas y reflexiones sobre la literatura, y un gran “FIN”, en mayúscula, como si estuviésemos en presencia de una novela, donde el personaje es Calveyra en su frontera entre sujeto histórico y sujeto literario.
De manera tal que, si se conjetura de que la obra de Calveyra culmina con este libro-juego, donde el autor se concentra, escarba y se esconde para jugar con el lector; para desorientarnos en esa “escritura enrarecida”, como dice Pablo Gianera, es porque en el “Diario francés” se encuentran huellas de sus anteriores obras y, en suma, de su proyecto literario. Por ejemplo, hay indicios de “Cartas para que la alegría”, obra en la cual ya Carlos Mastronardi advertía que “no se franquean sino al lector que los completa o recompone con el socorro de su imaginación integradora”, hablando sobre aquellos “poemas en prosa”, en donde, según su maestro, en Calveyra ya también se advertía “la proyección de sus gustos y la naturaleza de sus estructuras verbales (que) lo sitúan en una frontera, en una región extrema donde puede perder el rumbo”. Pero ese “puede” no sucede, él vuelve a aparecer con “La flecha de barro” (otra, no es la que ya nombramos), y Calveyra, nuevamente, se hace presente “aquí y en otra parte”, entre “miradas, miradas, miradas”, que son las nuestras.
De esa manera, la obra y el proyecto de Calveyra, en “Diario francés”, aparece con lacónicos guiños. Para dar otro ejemplo, en “El golpe (tirón) del hilo”, nos remonta al cordel del “El globo que nos trajeron las visitas de Buenos Aires, ¡qué lástima que se fue!”, de aquella primera publicación de la que hicimos mención en el párrafo anterior. De hecho, hay una alusión directa: “A propósito de Cartas para que la alegría: un solo ejemplo de que a mí no me importa la belleza sino el trazo (…) La palabra poética se forma con el objeto. Cuando se trata de prosa se forma en torno al objeto”, y allí se vislumbra el proyecto estético-literario de Calveyra. De igual modo, podemos ver ese proyecto en frases como “a mí no me interesa una carrera literaria, me interesa un desarrollo del ser”, por ejemplo, o en “ningún signo se repite en un Caldo si está bien hecho. Por lo tanto, ninguna equivalencia con palabras; es lenguaje de movimientos hacia”, para dar otro ejemplo de cómo arribar a Calveyra por Calveyra mismo.
Para dar otros indicios que nos conectan con su obra. Acaso cuando dice “País de escasa realidad; esa impresión de estar a leguas del tema que me produce una discusión entre compatriotas”, no estamos ante una idea de “Si la Argentina fuera una novela”… Para abonar en esta hipótesis de lectura, daré dos más: “Argentina, país de los grandes olvidados y de los grandes olvidadizos… ¿pero quiénes?, no lo sé, también yo lo he olvidado”; “Paris es la ciudad donde puede escribirse (o reescribirse) el poema nacional de cada país”, lo cual se asemeja al subtitulo, “novela nacional”, de la obra menciona recientemente. Entre novela y poema, ya sabemos lo que Calveyra piensa.
En consecuencia, si hablamos de géneros, tenemos “Un cuento: Juan se esforzaba por recordar la poesía ante la maestra. Toda la clase esperaba”, y sigue; o “Carta a Silvina Ocampo”, donde finaliza: “Desde que el mundo es mundo, para una porción de desvelados está llegando la época de la ronda, la parte del hombre que abre los mil brazos para encontrar los otros dos; los que danzaban, ante el solo de su voz se callan y se acercan”; hay decenas de ellas o fragmentos, como también lo hay de “Diario de diario” donde se confirma que estamos ante una obra donde Calveyra es el autor y personaje: “Protagonistas: 1) mi yo de los unos; 2) mi yo de los otros (no siempre anulado por el número, o mucho menos de lo que él cree; 3) mi yo de nadie (es el mas numeroso); 4) mi yo de mi mismo (no es el que mejor conozco, pero es el único que depende un poco de mí, hay una cierta parte de él que no controlo); 5) mi yo de todo el mundo: de unos y de otros.”, y así podría seguir, pero pasemos a otro. “Escena de teatro: No puedo ser, por mejor preparado que esté, hermano de quienes ni siquiera intuyo”, por si acaso, o entrevista: “Reportaje por la Radio-Televisión Francesa para oyentes de America Latina. Preguntas de Maria del Huerto Barletta”, o entre lenguas: “Tout mettre en cause: aún con una palabra”, y esa puede ser Calveyra.
Así mismo, en su “Diario francés”, donde se encuentra ese “Diario de Diario” del Calveyra de treinta y ochenta años, también encontramos proyectos de otro tipo, no solamente el estítico literario, sino también el ideológico-político y el educativo. Así, encontramos, “creo que la revolución de los cubanos es el camino de todos nosotros para limpiar la historia”, o, en torno a la educación, “la escuela debe ser el pulmón de la colectividad (…) Una escuela para vivir y no para salir de la vida”, y al leerlo, es imposible desligarlo con su infancia, junto a su madre que era maestra en casa escuela, donde los alumnos se mezclaban con sus hermanos.
Entonces, en “Diario francés, (1959-1960) vivir a través de cristal”, el lector podrá apreciar cabalmente “el desarrollo del ser”, pues, la obra condensa el tiempo: comienza a escribirlo a sus treinta años y lo finaliza en sus ochenta. Es decir, condensa una trayectoria de vida, y en esa va su opinión fronteriza, entre edades, lenguas, géneros y países, sobre otras variaciones, con una sola ambición, su “mayor ambición”: “ser capaz de explicarle a alguien de mis pagos que hay un lugar que se llama Paris, construido con todo el mundo, a la medida del mundo; y que a él, hombre o mujer de Mansilla, esa ciudad le atañe mucho más que a un becario prepotente”. De manera tal que Calveyra siguió publicando, y este intento de reseña de esa pieza ---bien puede ser la faltante en un rompecabezas---, es una invitación a buscar en sus letras su voz. Tenemos la oportunidad, gracias a la edición de Adriana Hidalgo, de que este archivo revisado por Calveyra y guardado bajo sobrecito de papel y bandita elástica, antes de ser entregado al cuidado de Pablo Gianera, finalmente, hoy sea un libro de 284 páginas, divididas en 7 capítulos, con una mirada “caleidoscópica”; palabra que aparece en varias partes, como un oráculo para andar por este último Calveyra.