EL CUERPO


¿Por qué no es posible el amor?,

me preguntas.

Somos viejos, respondo.

Y que pases tu mano

por mi pierna,

me da cierta vergüenza.

Tontería, dice el amigo

y cediendo

me tiendo a su lado como cuando era joven

y lo ignoraba.

Pienso en todos los viejos

que desde un banco al sol

miran transcurrir las muchachas.

En mi padre y sus esquelas victorianas

a las niñas de los mandados.

Pienso en mi madre pulcra

cubriendo sus desnudos en un último gesto.

Pienso que los viejos son como todos

y apetecen sin pausa

si no han sido saciados.

El cuerpo gira ante sus ojos

con el gusto de lo prohibido,

como siempre.

Se los instala en la sabiduría

y no la tienen;

codician como jóvenes,

tienen pequeñas ternuras

como mi amigo,

tienen lascivas preferencias

que no les cuentan a los otros,

tienen derecho al amor

aun a costa del ridículo.

Y si pasan tomados de la mano

o se encierran en su mundo

con las persianas bajas,

tendríamos que mirarlos sin asombro

como a lentos vagabundos

o discretos amantes que renuevan caricias.