ISLAS EN LA LLUVIA

 

 

Las hojas, temblando,
entre el garuar que las empapa,
ya se despiden de los álamos,
ya de ellas dóranse las ráfagas.
Mientras reina la lluvia,
las horas délticas se alargan;
y hay brazos entumidos
y hay herramienta arrinconada.
Vuelca y vuelca de lo alto
del hombro húmedo sus ánforas
la lluvia que, agrisándose,
llega a borrar del panorama
árboles, casas, naves, ríos;...
La lluvia, de pie sobre las aguas.
 
 
2
 
En los hogares, gente fuerte,
hombres de varias razas,
beben café, mate o ginebra;
fuman y charlan
de frutas, mimbres y maderas;
de hormigas, mareas y borrascas.
Y junto al fuego, las mujeres
preparan mermeladas
o secan blusas de trabajo
colgándolas ante la hornalla;
o peinan a sus niños
y, sentaditos en las faldas,
los niños, ángeles de huerto,
saborean manzanas.
Y cuando entonan las mujeres
una canción honda y nostálgica,
murmullos hay de bosque y lluvia
de allende el mar en lo que cantan.
Entonces, estos pobladores
recuerdan las comarcas
remotas donde fue su cuna,
ya en Europa, ya en Asia.
Se duelen de los pueblos tristes,
desde esta tierra americana
donde el pan no les falta.
Y anhelan que otros emigrantes
de manos útiles cuanto ásperas,
dilaten los plantíos
aquí en las islas y que vayan
también poblando tierra firme
con más colonias y más granjas
y leguas y más leguas doren
las mieses que el mundo nos reclama.
 
 
3
 
Añoro yo el lugar nativo,
entre lo azul, sobre barrancas,
y un río en cuya anchura
al fin del día el sol naufraga.
Floridamente arrinconado
en la ciudad amena y alta,
está el hogar con el esmero
de nuestra madre y nuestra hermana;
con su recuerdo en nuestra ausencia,
con el fervor de su plegaria.
También allá, en tu jardincillo,
te evoca el verso que me encargas
amiga mía, así en la tarde;
sonriendo a un roce de alas
de colibríes, porque hay rosas
abiertas cerca de tu cara,
y como, yemas de tus dedos,
magnolias que aprietan la fragancia.
 
 
4
 
Prez del solar, — junto a la tarde 
que hunde sus nubes entre barcas; 
frente a las islas que se estiran 
flechando cielo con sus garzas —
el parque encumbra los primores 
de su hechura entrerriana 
y encima de las arboledas, 
bronce machazo es ya la estampa 
del paladín que a diestra abierta 
fraternidad siembra en las almas.
 
 
5
 
Terruño adentro, ondula el campo 
con lujo de cereal y alfalfa 
y hacienda en los rodeos, donde 
cada jinete airoso piala.
Si llueve allá sobre los trigos,
de la harina más blanca
será el manjar con que a la lluvia
los criollos saben celebrarla.
Gustando tortas doraditas
y cimarrón, ¡bienhaya!
Con la amistad, como de hermanos,
rueda cordial se hacía en casa.
— La vida en tales ocasiones,
nos place en las costumbres gauchas,
con la sonrisa entre leyendas,
sucedidos y fábulas —
Cebando amargo, como entonces,
pero ya a solas la mateada,
recuerdo de esas ocasiones,
mientras lloviendo el rato pasa,
estas andanzas de aparceros
que iluminaran la campaña:
Desde Montiel los Tatas Viejos,
al paso de las yuntas pampas,
en sus carretas como nubes
a acarrear sol iban al alba.
Tenían corazones de oro,
facas y barbas bien de plata;
y eran de ley los Tatas Viejos
y eran de sol sus carretadas.
Entre el perfume de los campos
trayendo el día, derramaban
sol para poncho de algún pobre,
sol para fiesta de calandrias;
sol, mis paisanos, que a su tiempo,
el mar de espigas sazonara.
Así, en la rueda mateadora,
la tradición era allá en casa;
así en los ratos de recuerdo
con que la lluvia me regala.
 
 
6
 
Pero aquí estoy, en tarde isleña 
del alto Delta, donde escampa 
y del paisaje el Arco - Iris 
corta la lluvia, guadañándola. 
Giran chajaes por la altura 
cuyos colores copia el agua 
y golondrinas 
bajan picando el cauce, raudas.
Yéndose el día, huele en sombras 
a limonar en flor la calma. 
Y, noche arriba, son las Pléyades, 
la Cruz del Sur, que se azaharan.
Ya alegremente, su redoble 
lanza el "tambor", ave noctámbula, 
y en cena isleña es el augurio 
de días limpios que se aguardan.
Temprano gusta del reposo 
nuestro vivir, pues se arremanga 
de sol a sol, en las tareas, 
cada cual a hacer patria 
sobre estos terrenos arbolados 
que la creciente asalta.
 
 
 
 
7
 
Señor que hiciste el mar y el viento:
retén a la suestada,
luego que un palmo de marea
libre a la tierra de sus plagas.
Gota propicia haya en tu mano;
que tu bondad nos la reparta,
creador, amigo de los huertos.
Y así, nos traigas la mañana,
que ya en nosotros y en los árboles,
que en nuestras frentes y en sus ramas,
te ofrenden iris los sudores
y los rocíos camaradas.