EL PICAFLOR

 

 

Se detuvo frente a mi ventana en el jardín 
erguido en el aire  que lo sostenía  multicolor 
como el dedo sensible de un dios que señalara 
el lugar indicado de las dulzuras, 
era apenas un pájaro del trópico y su arco-iris 
una alta curva de esencias recogidas y vibrantes. 
  
Se detuvo frente a mi ventana en el jardín 
y dulce de indecisiones que parecían oprimirlo 
en su  aliento fugitivo, 
aquel manojo de tibieza, sin mirar casi a través 
de su ojito redondo como gota de un extraño mineral 
ennegrecido, 
se volvió  hacia  el  vacio y  se  alejó, 
dejando otra vez a las flores solas. 
  
Sin quererlo, lo comparé a ciertos estados 
momentáneos  del alma del poeta.  En una luz  que trabaja 
para su silencio 
ese pájaro tropical se posa con su largo pico buscador 
entre las rígidas orquídeas que nadie ha visto 
atraviesa  un jardín  oscurecido  de  octubre 
y ennegrece al rozar las  intocables  magnolias olorosas. 
Él tiene sus muertos, que mira con otro ojillo vidrioso 
mientras anota invisibles coronas que cree ver en el rostro 
transfigurado del pariente cercano. Él tiene sus momentos 
de alegría, el resplandor cordial de  ciertos acontecimientos 
cotidianos, pero  de pronto aquel mundo interno 
se torna poderoso. 
¿Quién súbitamente lo llama en la luz del sol entre las plantas? 
Detrás de una imagen de materias que se resquebrajan 
el picaflor se entrega en el centro de una selva interior. 
Cuando todo pasa, en vano su lucidez 
busca las secretas armonías que ya no existen. 


De: Puntos Luminosos