Ahora que estoy solo “como higuera en un campo de golf”
oscilo entre un tono elegíaco y un documento ológrafo
el estilo de la
aventura y el orden, la transgresión con supuestas
amantes carnívoras
y esposas lealmente legitimadas / entre la congoja
perfumada de
un leal vasallo alejado de la Reyna y la fiesta del mudo
a quien le han devuelto la palabra;
pero más que nada oscilo en el patíbulo mostrando
mis zapatones
de esclavo llenos de barro de las últimas lluvias
cuando logré escapar por un rato de los perros que me
perseguían
y de los vicios del mundo moderno.
Oscilo entre un texto testimonial y una frase
extratextualizada
entre la alegría del idioma y una máscara carnavalesca
de las fiestas
paganas de Kalpa; pero más que nada oscilo de una
cuerda atada a la
cintura / me balanceo en el abismo soportando como
puedo
este terrible mal de las alturas
este vértigo de estilos que no encuentran su forma.
Oscilo entre un gorrión de Molinari bajo la lluvia de
Londres y un mirlo de Stevens
(cuyo canto se fue diluyendo con las nieblas del verso)
o en esa nube que logré mirar desde la camilla y que
ahí quedó para siempre en mi memoria
cuando me llevaban al cadalso por haber asesinado al
lenguaje, esa vieja
anciana indigna; pero más que nada oscilo entre la
lengua de los
conquistadores traducidas por los sacerdotes y los
filólogos
y los gestos mecánicos de los empleados de la tribu:
nuestra tribu,
cuyas plumas de colores nos identifican entre los
antropólogos
extranjeros y cuyos idiomas gestuales son para
nosotros tan claros
como el agua de la versificación.
Condenado a muerte confundo mi escritura y con los
dedos de los pies dibujo unos ratones en el polvo
hasta que ellos suben por mi cuerpo
y con los dientes royendo las sogas, me liberan. Así
sea.