LA PAPA Y EL ALGARROBO

 

La papa fue descubierta dos veces. Por un francés, Parmentier, y por un inglés, Francisco Drake. Estos aventureros, la llevaron a Europa con el pavo, el tabaco y las dalias. La tierra americana poseía tesoros propios. El algarrobo es uno de ellos. Más que americano, es un árbol indio. Caupolicán el araucano usaba un árbol de algarrobo como maza de Hércules, a la espalda. La madera del algarrobo es carne de indio. El haba del algarrobo le dio el tinte rojizo a las razas que alimentaba y en el ¡aaaaaaaa! de los malones, en el grito agorero de los indios desencadenados sobre la tierra, vibraba el sonajero de la semilla del algarrobo dentro de su vaina color chocolate.

          Los algarrobos, atalayas verdes, rodean los montes y creen protegerlos. Los algarrobos salen de la selva como los primeros guerreros de su misterio. Son los algarrobos gigantescos. Pero si hay indios taimados, así también hay algarrobos que se disimulan como el débil alpataco. Se les cree un arbusto miserable. Cuidado con él. Lo que vemos es la copa de un árbol subterráneo que a medida que vive se hunde en la tierra y templa en ella su madera, que es de acero. Un algarrobo arde con dificultad y es como un carbón de piedra. Un alpataco no sabe hacer cenizas y es incombustible. El alpataco es un indio sin cabeza. Así lo contaba la leyenda vieja, cuando podía suponerse que existieran indios tan bravos como para combatir decapitados.

          Mientras los coyas del Perú mascan la coca, el quichua, el araucano y el ranquelino mascan el fruto del algarrobo y lo dan a comer a sus corceles de guerra. Es el plato, mezclado con maíz, llamado Patai. Del algarrobo fermentado sacan los indios la ira y la rabia, el sueño y el heroísmo que los han despedazado y arrojado a la caldera del diablo. La chicha que los embriaga es el algarrobo, la sangre del algarrobo indómito.