GOLONDRINAS

 

  Entre las buracas que dejaban los andamios del Escorial nacieron las golondrinas. Son pájaros de duelo. Salieron de las cornisas del sepulcro real cuando el pulido Felipe II, que aplastaba sobre la rótula desnuda los gusanos que lo devoraban, se había quedado solo, sin criados, en vísperas de bajar al pudridero. Esos pájaros negros llevaron el luto de España hacia el Flandes español, donde nacía el sol, y hacia la América morena, donde se acostaba el día. El duque de Alba y el licenciado de la Gazca, al verlas pasar, comprendieron el mensaje. Y los dos cómplices, emocionados, sonrieron. El enemigo de Antonio Pérez se moría...

            La emigración de golondrinas se hizo anual. Huían del invierno. En América se multiplicaban y las mensajeras románticas -que recién lo fueron cuando Miranda, San Martín y Bolívar nos libertaron- iban a Europa a morir del pecho como las mulatas de las Antillas. La distancia las vencía. Otras veces topaban con las nieves prematuras que las amortajaban y otras veces era el rey Luis XVI que les salía al encuentro. Golondrinas nacidas en América, caían, hasta doscientas por día, heridas por la escopeta cincelada del monarca, que adoraba tirar al blanco. Su cuadro de caza es impresionante. Lo escribió de su mano y está en el Memorial. Más de doscientas mil presas: faisanes, perdices, palomas, golondrinas, cisnes y venados. Siempre asesinó animales tímidos. Nunca afrontó un león, un oso o un tigre. Cuando le cortaron el cuello, por monarca o cazador de torcazas, el día helado del 21 de enero de 1793, recogieron, cuentan las gacetas, una golondrina muerta entre la nieve. Las golondrinas son pájaros de duelo.