TIGRES

 

  A los tigres de América, para ser fieros, decía el Inca Garcilaso, el nombre les basta. Los tigres merodeaban la imaginación afiebrada de los colonos. Frente a esta especie de tigre iracundo se lucieron los cazadores, pero mucho más los hombres santos. El padre Añasco, por ejemplo, encaróse con un tigre horrendo y lo amansó pasándole la mano por el lomo. El tigre se hincó respetuosamente a sus pies y no se movió hasta que el R. P. le diera licencia, echándole su bendición.

       ¿Estamos ante un juguete mecánico de grandes dimensiones?

       El padre Casalla fue perseguido por un tigre en la ruta de Santa Fe a Córdoba, y como llevaba espejos para los indios, le fue tirando a la fiera uno después de otro. El tigre creía ver a sus cachorros dentro del espejo y se detenía. Reconociendo el error perseguía de nuevo al hombre santo, pero otro espejo le presentaba de nuevo el problema y el misionero, aprovechando el tiempo que le dejaba la perplejidad del tigre, consiguió salvarse.