DIACRONÍA SINCOPIZANTE

 

  La glamorosa historia del rey Salomón y la reina de Saba, que habría viajado desde los confines de la Península Arábiga para conocerlo, y de cuya relación habría nacido un hijo adquiere una versión subversiva en una publicación de Caras y Caretas. El comienzo es una apelación respetuosa a la historia: el circunspecto cronista se disculpa por develar la vida privada. 
 

El nonagenario enamorado

Un cuento sobre la nieve, 24 de mayo de 1924  

Por el Vizconde de Lascano Tegui 

«Yo mismo me siento incómodo al penetrar humanamente los hechos históricos. ¿El Rey y la Sulamita me lo perdonarán?

Salomón era viejo. Tenía la barba blanca y los ojos grises. La Sulamita era empleada en un almacén de novedades, o bazar, frente al palacio del emperador de barba florida.

»Salomón sintió vergüenza de ser tan viejo y de haberse enamorado de una mujer tan joven. No era púber. Y como una principianta, la habían encargado del escaparate de la vereda, que era el más divertido y al mismo tiempo el más cruel. Se necesitaba mucha salud para resistir al sol y al viento el día entero, y a veces a la intemperie de las noches de luna.

Salomón estaba locamente enamorado.

«Consultó el oráculo, durmió en la terraza mirando el cielo. De donde venían otrora los consejos a los reyes por la gracia de Dios, y se decidió a ser el escándalo mayúsculo de su época.

Salomón tenía 90 años y la Sulamita 12 años.

»Tomó sus precauciones. Encarceló al jefe de la oposición. Suprimió los diarios, censuró las cartas y los telegramas, prohibió la edición de sus amores y deportó al escritor Pierre Louis por crimen de lesa majestad. Extendió el efecto retroactivo de la ley hasta el conocido cuento Le roi Pausole. A los historiadores les cortó la cabeza. La sola relación de los hechos fue acometida por él mismo. Escribió así lo que se conoce por El cantar de los cantares». 
 

Luego de la alteración de la edad de Salomón que derrumba las ilusiones románticas de los lectores el polígrafo acomete con una versión sincopizante. En pleno siglo X a.C. (Salomón vivió entre el 1032 y 975 a. de J.C.) el Vizconde censura los entonces inexistentes diarios y telegramas. Una jolgoriosa diacronía para explicar la solitaria versión sin críticos que, según él, fue El Cantar de los Cantares.

«La reina de Saba que había sido educada en la leyenda del príncipe azul, soñó siempre con un amante fabuloso, y se enamoró, a través de sus versos, del rey distante. Del poeta más bien que del rey.

»Se decidió a ir a verlo a su propia casa y llevarle como un regalo efectivo la fortuna de su reino. Sesenta mil camellos blancos con cofres verdes, amarillos, negros y granates, llevaban el tesoro.

»"La caravana de Balkis —ha escrito en caracteres cuneiformes un cronista de Babilonia, en ladrillo recientemente encontrado— era: música, perfume y color".

»La Reina de Saba entró en Jerusalén y nadie la esperaba. Salomón no conocía otro entretenimiento que jugar con los niños que hacían la rabona a la escuela en el patio de su palacio. Los acogía complacer y celebraba su independencia. La reina Saba lo halló jugando a las escondidas con ellos. Salomón había caído en la infancia. La Sulamita había dejado el palacio y se había casado con un general de 25 años. Estaban en plena luna de miel.

»El desencanto de la reina de Saba fue tan grande como había sido de inconmensurable su esperanza. La caravana estaba aún en marcha hacia Jerusalén —sólo una parte había llegado— cuando la reina inició su retirada y como en su país la esperaban casada con el rey de Judea, se vistió de blanco que era el traje de las viudas. La música, el perfume y el color de la caravana, de que ha hablado el cronista asirio, se fue atenuando y perdiendo a medida que es desconsuelo y el dolor de la reina eran mayores.

»Un rastro blanco la seguía. Eran los camellos blancos que habían llevado otrora los cofres multicolores con una única mercadería encima: la nieve.

»Así apareció por primera vez la nieve sobre la tierra. Fue el desencanto de la reina de Saba, que cayó sobre los prados rientes de la vida y de la juventud. Salomón el anciano, había creado el frío sobre la tierra. Salomón, el de la barba blanca y florida». 

En distintas variaciones sobre la nieve, el Vizconde adjudica a la nieve un sino trágico para con las razas cetrinas o morenas. «La morena y la nieve» (El Hogar, Op. cit.) relata en verso la historia de una bailarina flamenca que comenzó su ocaso cuando la llevaron a regiones de nieve.

    Respecto de la hilarante versión de Lascano Tegui de El Cantar de los Cantares, corresponde señalar que tiene asidero científico; Enrique J. Piñero (h) en su libro Literatura y oficio literario en el Antiguo Egipto demostró que salmos y cantares bíblicos son copia casi textual de la antigua preceptiva egipcia que arqueológicamente posee documentos mucho más antiguos: 2500 a 1500 años a.C. 
 
 

Los cuerpos son entrevistos como fragmentos autónomos: las manos, los miembros seccionados. La sinécdoque de este vitreaux gótico llega al extremo fantástico de focalizar un seno, independiente de su par, en otra habitación, sólo por el oído. 

«Distinguía el ruido de uno de sus senos pulposos,

demasiado grande para su pecho, al desprenderse del otro seno que...». (De la elegancia..., 1926) 
 

Boca

La sonrisa es lo que diferencia a los humanos, la sonrisa es el signo de distinción de la boca según este artículo de Patoruzú
 

La sonrisa

Por el Vizconde Lascano Tegui

«El niño deja una espera de siglos al entrar al mundo. Su rostro, al nacer, no es el de un ángel. Está como despercudido por la intemperie y la sonrisa jamás ha anidado en las larvas, ni en las ninfas de la mariposa. Son los primeros meses en que el niño busca orientarse hacia el cielo cuando descubre la sonrisa. La sonrisa cohesiona, liga, aglutina socialmente al niño. Esperaban esa contraseña de la sonrisa para darle paso. Entra en el mundo riendo, su infancia será una carcajada. No tiene control.

»La sonrisa parece estar vinculada a la salud. Esa sonrisa vacilará entre el azar, el éxito y la derrota, entre los días felices y las noches de insomnio.

» La sonrisa es la flor de la voz. La sonrisa tiene su tanto por ciento en cada detalle del rostro, en la mano, en los movimientos del cuerpo. Es la espina dorsal de una personalidad. Es el ministro de relaciones exteriores de un imperio espiritual, que es comarca toda nuestra. El hombre maduro que no ha llegado a poseer este sublime don de la sonrisa, el hombre que no escucha el cascabel de la sonrisa en el fondo claro de su alma, no ha vivido en este mundo. Ha fracasado». 
 

Las sonrisas incompletas, las bocas desdentadas tuvieron su registro, como la anciana rezadora que se alimentaba de escabeche de gatos negros y se vestía con sus pieles que ella misma curtía: 

«Pero lo que no se borra de mis oídos es aquel quejido de placer, sobrehumano, el tintineo de la campanilla de su paladar entre el erial de su boca sin adornos y el caño averiado de su garganta». («Una historia más sobre un Gato Negro», Caras y Caretas

«Usted tenía en el Buenos Aires que conoció una novia con cintura de avispa, polleras de campana y mangas jamón... ¿Para qué diablos venir a buscarla?... ¿Qué habrá encontrado en su lugar?... ¿Una fecha con una cruz, un relicario con un pensamiento ajado y en una vieja caja de píldoras, un paladar postizo?...».

(Don Cunnighame Graham, Op. cit.) 
 

La Percha

«...Una percha fue todo el drama de este hombre que se llamó Lencinas. De su provincia distante vino a Buenos Aires, hace unos años, para ocupar un puesto modesto de escribiente en el Ministerio de Agricultura. Alquiló una pieza amueblada en una casa de huéspedes. Una cama, un ropero sin espejo, una mesa, dos sillas —una para sentarse y la otra para colgar el saco—. A todos estos muebles de una evidente utilidad, había que agregar una percha. Una percha de pie en la que no tenía nada que colgar...». 

El retrato espiritual o etopeya que se esboza en el siguiente párrafo es una cartografía de almas: 

«Mirando hacia la fotografía, la percha impuso, poco a poco, su presencia en el espíritu inquieto del provinciano que viajaba espiritualmente, como todos los hombres de tierra adentro, que poseen al nacer la melancolía de las costas. Todos tienen golfos y bahías de simpatía y de ensueño dentro de sus cabezas [...]. Una extraña aventura hizo que morase veinticuatro horas sobre esa percha un traje de mujer. No quiero contar los detalles. Pero cuando el desaliento de la enamorada se llevó la prenda, Lencinas merodeó en los alrededores, como un animal tras de una pista, buscando restos de perfume que habían quedado retenidos a los brazos retorcidos de la percha [...]. La percha fue, sin quererlo, altar de su recuerdo.

« [...] Una noche, perseguido por las chinches que regenteaban la casa de pensión para estudiantes, propuso aislar su cama de las paredes y del suelo. Asentó cada pata de la cama sobre un plato enlozado lleno de agua. Las chinches debían de nadar para llegar hasta su lecho. Era imposible. Pero las chinches subieron por la percha, siguieron el hilo inclinado del alambre, alcanzaron el techo, y desde allá arriba se dejaron caer sobre las mantas. Tuvo que llenar la palangana y poner la percha adentro, para aislarla perfectamente.

« [...] Lo más raro que poseía en su imperio de este mundo era esa percha que no tenía utilidad alguna. Con ella jugaba. Con ella hacía acrobacias extraordinarias, gimnasia y otros malabarismos que no comprenden las personas impacientes [...] La percha se convirtió en uno de esos delirios que no tenían fronteras e iban y venían hasta la locura en un gigante temerario y violento que se separó del alambre del cielorraso para combatir con Lencinas. Fue una lucha pavorosa, a puertas cerradas, en la que perecieron el ropero, la silla, los vidrios, el retrato de Lencinas cuando era todavía una esperanza el día 13 de febrero de 1893, y en la que quebró el espíritu elástico al animal antediluviano de la percha de pie y madera clara. Octavio Lencinas, horas antes de entrar en el Hospicio, de donde no salió más.

» [...] Unos se degüellan con la navaja con que se afeitan y otros mueren luchando con los muebles inútiles que se presentan extraordinariamente ante su calenturienta imaginación de enfermos. Una percha, por ejemplo, o los molinos de viento del Quijote».

Por el Vizconde Lascano Tegui (Caras y Caretas) 
 

De los tipos urbanos tal vez quien más sorprenda por sus elecciones de vida sea el buen sordomudo. Con un excelente del factor sorpresa en el cuento, el Vizconde afirma sus fueros de narrador. 

Del Buen Sordomudo

Por el Vizconde de Lazcano Tegui

(Especial para El Mundo) 

«Mi ex amigo Nicasio Peñaloza era provinciano, pero no tenía tonada. Porque también era sordomudo. Pocos hombres han atravesado la vida con más derecho a perdurar como un ejemplo. Peñaloza era la flor de la discreción. Un hombre callado, que no creó jamás un incidente y no sabía hacer ruido [...].

»La única inclinación de Peñaloza que yo juzgué malsana y lo atribuía a que era hijo de dos primos hermanos, fue su extraña admiración por los tributos y los políticos de la oposición. No sé si se sentía correligionario de los hombres de acción, pues no militaba en partido alguno. Guardaba una absoluta reserva de opinión. Sin embargo, cuando un jefe, líder o caudillo opositor era llevado a la cárcel, ya estaba Peñaloza con un paquete de sándwiches, un peine y un jabón en la alcaldía pidiendo permiso para entregar el preso lo que él llamaba su necessaire. Y como era sordomudo y no podía enterarse si el prisionero estaba o no contento de hallarse preso y tampoco podía divulgar lo que había visto en la celda, su visita era inmediatamente autorizada. Peñaloza visitaba aquellos a quienes las leyes, por un momento, han declarado sordomudos.

» [...] Lo que me hacía creer que Peñaloza oía era su amor por la radio. ¿Oiría la voz transmitida por la onda hertziana, tocándolo más allá del oído y sirviéndose del cuerpo humano como una antena receptora? No quiero abordar un terreno desconocido como una hipótesis más, ya que hay bastantes. Peñaloza tenía preferencia por las emisiones de onda corta. ¿Pero, oía?...

»EI hecho de ser uno de sus albaceas, me ha puesto de pronto frente a un Peñaloza desconocido. Peñaloza no era sordomudo. Peñaloza no era un hombre tímido, ni discreto, ni apocado, ni prudente. Peñaloza era un sordomudo profesional, actitud que había elegido deliberadamente para poder vivir sin dificultades entre los hombres. Porque de haber dicho en alta voz lo que pensaba o de haber dado a luz las páginas que había escrito en la reserva del archivo, hubiéramos sido nosotros quienes nos hubiéramos visto obligados a llevarle a la prisión el paquete de sándwiches, el peine y el jabón con un mensaje dentro, donde se le aconsejara que se hiciera el sordomudo». 

Personajes de antaño, como el cuarteador, personaje de sus estampas de 1895 en Muchacho de San Telmo. De generoso nomás, el cuarteador ofrecía la interrupción del embarazo: 

«... coches carros y tranvías

cuando subían del bajo

en la cuesta, hasta Defensa

sudaban como unos bárbaros.

Para sacarlos de apuros,

acercábase un caballo

de raza frisia-ardenesa

ende, de tipo pesado.

Se le llamaba la cuarta,

dicho en buen castellano.

Lazo prendido a la cincha

que terminaba en un gancho

y dominado el conjunto

el cuarteador que era un guapo.

Se sentía generoso

Como nacido muy alto

Y las mujeres en cinta

Les ofrecía su amparo:

— ¿No quiere mi doña,

que la saque... de embarazo?

La cuarta y el cuarteador,

tenían el pecho ancho». 

Otro personaje urbano era el típico novio merodeador de balcones: 

«A las siete de la tarde aparecía en la esquina, el novio, melón y

caña de bambú en la mano, buscando su bien perdido con un

jazmín del cabo en la solapa».

(Postal del 1900, op.cit) 

Las novias, emperifolladas y compuestas, paseaban de la sala al balcón: 

«Las novias —pues todas las mujeres jóvenes parecían serlo— se arreglaban a la tarde como para salir de paseo [...] Si por un instante desaparecían del balcón o la ventana, era que iban a distender un poco sus músculos en ejercicios violentos de piano. Los valses volaban sobre la ciudad como una manga de libélulas». 
 

Para andar a pie

Lascano Tegui como exponente de escritor felizmente marginal no tenía inconveniente en invertir lo estatuido para producir por oposición. 

«El permiso para andar a pie será igual al que pagan los conductores de vehículos motorizados. Se comprende que la responsabilidad es la misma.

»A los cojos se les hará una disminución del 35% sobre la tarifa corriente; pero, en cambio, a los tuertos se les encarecerá un 15% el valor del permiso por las dificultades que causa su presencia en la circulación. Estará prohibido a los ciegos transitar por la vereda, pero se les acordará en cambio, permiso para conducir automóviles». 
 

Ecologista precursor

En la década de 1940 y 1950, en plena euforia de las peleterías y con el tapado de piel como sueño de realización en el imaginario de la mujer de clase media, resultaba llamativa una postura tan adelantada en concepto ecológico. La rata distinguida como sinónimo de señora dueña de un tapado nos ubica en un plano de razonamiento por el absurdo. 
 

Nacidos con tapado de piel

Por el Vizconde Lazcano Tegui 

«Los sombreros, los tapados de piel y los guantes hacen sentir a

las mujeres irritantes diferencias de condición social. Sin embargo, ese sombrero de fieltro provocador de envidias y recelos, es pelo de conejo o de castor, animales tímidos en vida y que yacen, apelmazados y oprimidos en el fieltro de los sombreros. ¿Puede una persona lógica, sabiendo de qué materia le han cortado el bonete que ostenta, hacer alharacas o sentirse vanamente superior a los otros? No lo creo. Nuestra soberbia debería apoyarse en argumentos y razones mejores.

El chivito que viene a morir al mercado del Plata o el ternero nonato, tienen cueros traslúcidos que se soban y se curten para hacer guantes. Ese cuero de chivito, lo único que sobrevive al diente del comensal, va a parar a manos tiernas que necesitan protección. ¡Cuántas veces no creerá haber vuelto a cubrir las carnes de su desaparecido propietario, al sentir, transformado en guante, la ternura de una mano emocionada y femenina! En síntesis, las mujeres heredan para su ornato y decoración la fortuna perdida y caída en dominio público, de blandos animales. No sería de piel de oso, de león o de leopardo que irían a cortarse los guantes, pues esas pieles no podrían olvidar que sus dueños usaban garras y no se cortaban las uñas». 
 

(De: “FAUÉ, María Eugenia; Travieso Vizconde – La sonrisa alada” – Vida y obra de Emiliano Lascano Tegui”, Eduner,  2007)