ENTREVISTA A HERNÁN LASQUE

 

“Era demasiado inquieto para quedarme pegado a un libro”

Por Gonzalo Acosta Tito para Integración, Suplemento de Arte y Cultura Joven de diario El Heraldo. 18/11 y 02/12/2011.

Hernán Lasque nació en Concordia en setiembre de 1977. Actualmente está radicado en Neuquén. Estudió Letras en la Universidad Nacional del Comahue. Tiene editado su libro de cuentos Ratón Blanco (Colisión Libros. Buenos Aires. 2009). Es Coeditor responsable del contenido literario de la revista cultural "Nortensur, arte del fin al mundo", hecha en Neuquén y Cipolletti junto a Hernán Riveiro, Soledad Arrieta, Horacio Beascochea y Pablo Cazayous. La revista tiene por objetivo promover las producciones de artistas de la región del Alto Valle en la Patagonia (Río Negro y Neuquén), difundir y dar espacio a los creadores que habitan y producen en la región.

                  

-Naciste en Concordia y en la actualidad estás radicado en Neuquén, ¿cómo fue el recorrido?

-Cuando terminé el secundario, en el 96 en Nacional, me fui a vivir con unos amigos a Córdoba. Unos estudiaban y trabajaban y otros trabajábamos, éramos un buen grupo de amigos, manga de vagos que la pasábamos muy bien juntos. Nos divertíamos mucho, mucha música, y fumar y chupar y tocar la guitarra y jugar al fútbol, o a la pelota, todos los días, eso hacíamos, la juventud de fuego. Nada que la mayoría de los pibes no hayan hecho, y no hagan, y no vayan a hacer. Después de dos años en Córdoba, sin un porqué sustancial, me voy a Buenos Aires, a instalarme. Mi hermano estaba en Capital y allí me fui. Año 1999. En esos años empecé a prestar quizás un poco más de atención (de esto me doy cuenta ahora que lo pienso) a eso que iba sintiendo por la escritura, ganas de escribir, fundamentalmente. Así por ejemplo, en el 2000 hice el único taller literario al que asistí del primero al último día, el taller del maestro Alberto Laiseca. Lo que me dejó ese taller, además de las lecturas de Laiseca de, por ejemplo, fragmentos de “El golem”, de Meyrinck, leído de una manera, interpretado, fue un puñadito de amigos, colegas con los que fuimos teniendo encuentros después. De esos encuentros con pares que van buscando esas cosas que uno va buscando también, es de donde se nutre mucho alguien que quiere escribir, se activa ese trato cercano con la escritura. Y de aquellas juntadas nuestras, que ciertamente no fueron muchas, en bares o cafés, quedó la amistad con dos señores que escriben como la reputamadre, Marcelo Constantino y Javier Romano, de este último nadie debería dejar de leer nada de lo que de él emane.      

Cuatro años más viví en Buenos Aires; escribí, a veces resulta estimulante esa ciudad para escribir, propiamente, aunque lo que se escriba transcurra quizás en otro lugar. Puede que haya mucho de esa despreciable soledad de la abstracción que torna frecuentemente el trabajo de la escritura, velada y contenida en una ciudad o un contexto que, en principio, nos desconoce. Ofrece Buenos Aires cierto potencial al individuo, así como a la vez lo exige y encierra, o lo aniquila o lo ceda. Sartre introduce su novela “La náusea” con “Es un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo” (Louis Ferdinand Céline, L’ Église). Eso exactamente enseña Buenos Aires, enseñanza, siempre, trascendental.

En el 2004 nace Luisina, mi hija y, con Silvana su madre, que es de Neuquén, decidimos la mudanza. No nos simpatizaba demasiado la idea de criarla en Buenos Aires… esas cosas que tenemos los que no nacimos ahí. Desde septiembre del año 2004, entonces, vivo en Neuquén.

-¿Qué recuerdos tenés de Concordia?

-Cuesta referirse como si fuera el lugar de los recuerdos. Concordia es, naturalmente, ese lugar hecho un poco de pasado, de presente y de futuro, para mí. Allí tengo mis padres, mi familia, mis amigos, las calles, el río, el pasto, la lluvia, la gente, en fín… También me pasa eso de leer algo, leer “La ciudad” de Mario Levrero, por ejemplo, y me parece ver en buena parte a Concordia en esa onírica ciudad. O leer cualquier otro texto que aunque nada tenga que ver con Concordia, a leerlo, el imaginario se dispare y me sitúe medio caprichosamente allí. Esas cosas, en mi caso, me hacen dar cuenta de que todo viene de allí y hacia allí va todo también. Por ejemplo: a la Casa Usher, de Don Edgar, yo la veo en la antigua Mansión Pereda y su larga entrada de eucaliptos. Teníamos entre doce y quince años y con amigos nos metíamos ahí y andábamos toda la tarde, caminando por las vigas y metiéndonos por los pasillos y las piecitas, las ruinas de la mansión que después habían transformado en loquero. Y que había cerrado porque unos se habían ahogado en el río queriendo escapar por el barranco; y a otros, que los habían quemado en una caldera que era como un obelisco… bueno, pasados algunos años, cuando leo por primera vez ese cuento de Allan Poe, la Casa Usher que yo veía mientras leía, era la Mansión Pereda. Esos son recuerdos de Concordia ¿La tiraron abajo, a la Mansión Pereda?     

Sin dudas que, a la distancia y al responder una pregunta sobre la ciudad de origen, uno casi siempre termina metiéndole un tinte nostálgico y bello, romántico, lo cual no quiere decir que haya perdido sentido crítico de nuestra ciudad y nuestra sociedad, que ha sido y es de frontal y transparente, mucho tiene de pura cara y careta también, y de corrupta estratósfera política de árbol genealógico, mientras el hambre come como polilla en los bordes... Pero bien, nada sucedería si no sucediera otra cosa al mismo tiempo, y a lo que iba es a que eso que se siente cuando se está en Concordia, eso que se siente de lenguaje común y casa propia, esa contención natural y absoluta nos capta, es sólo describible por su opuesto, es decir, ese algo de ajeno que se siente al estar en otra ciudad. Por otra parte, cotejando mis recuerdos con la actualidad a la distancia o cada vez que voy, percibo que ese fuego sagrado del arte y la alegría y la pertenencia y la valoración de todo trabajo creativo, está cada día más encendido, en la sociedad concordiense. Siempre hubo bandas de rock en Concordia, por ejemplo, entre los chicos digo, más arriba te hablé de nuestra banda, que hacíamos punk rock; después había otras, varias y variadas. Siempre existieron, quiero decir, manifestaciones artísticas, y existen en Concordia desde siempre músicos de primera línea, pero tengo la sensación de que lo que creció mucho es la impronta en las ganas de hacer las cosas bien, en los chicos quiero decir, los pibes que tocan se ponen a estudiar música y no dejan nunca más… No sé, no puedo explicarlo bien, quiero decir que tengo la sensación de que hay una cierta contención más genuina para los artistas, como que por ósmosis las sociedades vamos creciendo y, en este caso en Concordia, vamos logrando sensibilizar, y así nos acercamos y lo hacemos propio a lo que el otro hace y crea, naturalizar el arte en cualquiera de sus expresiones. Tengo esa sensación de renacimiento de muchas cosas, se respira un poco eso y esto estimula a los chicos a meterse de lleno y a creer en lo que hacen. Parece haber una autentica revaloración y reconocimiento, como un respiro, algo que se siente en el aire. Igual, lo que yo vea no deja de ser un recorte y más de uno que me conoce dirá cabezón, por favor, acá no pasa nada y nos desarmamos para hacer esto o aquello… Pero bueno, ya que se me pregunta… por ejemplo el candombe, lo que sucede con el candombe hace ya largo tiempo en Concordia, es muy potente, es buenísimo! los muchachos y las muchachas de las comparsas realmente han revivido al Fénix! Esas cosas no pasan en todos lados, sí en muchos y eso está bueno, pero no pasa en todos lados, y eso siempre reconforta y enorgullece. Y probablemente en otras disciplinas artísticas también haya un crecimiento en este sentido, hablo de la música y un poco de la literatura, porque es lo que en menor medida desconozco y con las que tengo más afinidad.        

-¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?

-Las primeras lecturas fueron las historias de aventuras, los relatos de Tom Sawyer y de -Huckleberry Finn, de Mark Twain, por ejemplo; algo de Jack London, Charles Dickens, Julio Verne, “Sandokán y el tigre de la Malasia”, de Emilio Salgari… Todas esas historias andaban dando vueltas en libritos por mi casa. Y eran todo ese imaginario en nuestra infancia, no hacía falta haber leído algunas historias para saberlas completas.  Esas y algunas más fueron las primerísimas lecturas. Después aparecieron las lecturas de poetas indistintos tales como Miguel Hernández, como Neruda, un poco después Girondo, Huidobro, enamorarme de la poesía de Pizarnik. Pero siempre muy salpicado. Mientras en la escuela también leíamos la Ilíada y La Odisea, lo menciono porque a pesar de haber padecido las materias (Latín y Griego), seguramente haber leído y analizado un poco esas dos magistrales obras a los trece catorce años, alguna cosa debe haber dejado, o no; en algún aspecto me gustaría, ahora, haber sido un alumno mucho más estudioso, pa no luchar tanto ahora con algunas cosas de la gramática jeje. El vicerrector del colegio (Bachillerato Humanista Moderno), le dijo a mi vieja que talvez no era para mí el bachillerato humanista, que quizás en otra con programas más convencionales andaría mejor... algo así, una estupidez. Era cierto sí, que era bastante vago y sobre todo bastante duro, pa’ comprender, pero el concepto de coeficiente mancillarlo de esa manera, aplicándolo para definir a un pibe que debe dos o tres materias… había otras cuestiones ahí, que talvez sean las que yo comprendía muy bien. En fín, sólo una anécdota.

Los cuentos de Horacio Quiroga primero, a los quince o dieciséis años, y poco después  Edgar Allan Poe. Estos dos muchachos me rompieron la cabeza al instante de leerlos por primera vez, con cada inicio de cada cuento, línea por línea. Son estos dos señores los que generan esas primeras sensaciones que estimulan o empujan a querer escribir algo así. Esos cuentos, tan cercanos algunos, tan domésticos… cuando empezás a leer “El gato negro”, y la escena es ahí en la casa, con ese cariño y calidez propia del hogar y su pasiva cotidianeidad y, cómo de a poco vas admitiendo el brutal desenlace de los hechos pero escrito de una manera tan perfecta. Ahí está el arte. Es magistral.

Pero nunca fui de esos bichitos que están leyendo y leyendo y buscando, no, me tiraban mucho más otras cosas de la vida, antes que transformarme en un cuasi precoz investigador literario. Y hasta confieso que, sobre todo en esas primeras lecturas que decía al principio, nunca terminaba los libros, nunca, era demasiado inquieto para quedarme pegado a un libro. Pero me gustaban mucho. Después, a los dieciocho años, me acuerdo, en el último año de la escuela, leo “Demian” y “El lobo estepario”, de Herman Hesse, que me los habían prestado. A Demian sí, creo que lo leí de un solo saque; ese libro también fue uno de los libros que más me impactó. Y leí otras cosas de Hesse durante buen tiempo. Y ahí nomás estaban los cuentos de Julio Cortázar, de Abelardo Castillo, o de Marco Denevi, “Las mil y una noche”, Kafka, sin orden alguno, muy variado, o los de Juan Filloy, uno de los más grandes, de los no muchos, novelistas argentinos. A partir de aquí yo ya sabía que algún día lo iba a intentar, que quería escribir ficción, que quería meterme a ver cómo y qué era eso de escribir bien un cuento. Después compré “Ficciones” y… bueno, qué decir, medio así quedé en ese momento, paralizado, en silencio y medio asustado quizás, lleno de imágenes y sensaciones, eso era literatura. “Las ruinas circulares”, por favor. Lograr que un lector disfrute como se disfruta con cualquiera de las dieciséis piezas que componen ese libro, compuesto a su vez por dos libros, parece un imposible. Era como para cortarse los dedos, o la cabeza. En esta época también, compré, azarosa e intuitivamente, uno de los mejores cuentos de la literatura mundial: “El hombre que fue jueves”, de Gilbert K. Chesterton. Todos estos autores estarían dentro de las primeras lecturas; nombrados medio al voleo,  pero que reflejan de manera bastante fiel lo que alcancé a leer entre los doce o trece y los veinte o veintiún años. Ah…uno de los primeros días en Buenos Aires, me acuerdo perfectamente, una mañana caminando por Rivadavia altura Almagro, me compré “La caverna”, de Saramago. Y la literatura y la narrativa, la novela, me volvió a volar la cabeza… Cipriano Algor, así se llama el personaje principal, el alfarero. El libro empieza presentando al hombre, lees ese nombre ahí por primera vez no lo olvidas nunca más. Como pasa también con Op Oloop, de Filloy. Y con muchos otros, claro.        

-¿Qué escritores entrerrianos te gustan y por qué?

-Me gusta Juan Ele Ortiz porque su poesía va y viene de la materia a la palabra y de la palabra a la materia, desdibuja límites, es un juego sutil de en la inmensidad, vaso de agua en el agua, y sin embargo la sustancia, la poseía.

Me gusta Isidoro Blaisten. Me gustan mucho todos sus cuentos, me gusta eso que decía más arriba de la cuestión cercana, lo familiar. Me gusta Isidoro Blaisten porque se ha movido en líneas narrativas y en todas escribió cuentazos únicos.    

Francamente no he leído mucho más, de escritores entrerrianos, Daniel Durand me gusta mucho también, lo poco que he podido leer. Después, en la página de Fernando Belottini y Marcelo Leites, Autores de Concordia, leí y me sorprendieron muy gratamente los escritores y las escritoras. Pero la verdad es que desconozco muchísimo de los grandes escritores de nuestra provincia. Salvo Evaristo Carriego, de haberlo leído hace mucho allá atrás en la primaria capaz, de los otros escritores no he leído nada.   

-Te digo tres nombres y me decís lo que pensás: Edgar Allan Poe, Antonio Di Benedetto e Isidoro Blaisten…

-Bueno, de Allan Poe y Blaisten algo dije, se puede decir mucho más pero, son dos monstruos, qué te voy a decir, hay que leerlos. A Isidoro Blaisten lo leí más tarde y me encantó que haya sido así, es largo decir porqué. Lo empecé a leer un tiempo, esas cosas que te pasan cuando encontrás un autor y se te prende como garrapata; pero lo leí a los veintipico largo de años. Edgar Allan Poe es, sin lugar a dudas, el primer escritor al que admiré y me enamoré de su manera, de su estilo, y esencialmente y primeramente de sus cuentos. Después, cuando leí su “Filosofía de la composición” comprendería un poco más de qué se trataba la cosa. A propósito: aunque Poe ejemplifica su Filosofía con su poema “El cuervo”, “Filosofía de la composición” es válida para el cuento y es la misma que ha regido toda su obra narrativa. En cuanto a la poesía propiamente dice en un pasaje, y esto me quedó grabado: La melancolía es el más legítimo de todos los tonos poéticos.

Y a Antonio Di Benedetto también lo leí después, y a decir verdad no hace mucho, deben hacer tres o cuatro años atrás. Leí poco, en proporción a su obra, una selección de cuentos. Un cuentazo: “Amigo enemigo”, y otros más, “En rojo de culpa”. Me gusta mucho lo fantástico pero en línea más bien Kafkiana, escrita por un argentino, así como por algunos uruguayos también. “Amigo enemigo”, es un cuentazo. Después se corre un poco, lo sé y es está buenísimo, pero n lo ha leído. Mi elección o encuentro con ciertos autores siempre ha sido muy azarosa. Me pasó con Lamborguini, con Raymond Carver, con Paul Auster, con Etta Hoffman, con el mismísimo Balzac jej, en distintos años,   comprando libritos con cinco pesos por ahí en las ferias, intuitivamente muchas veces, desconociendo, y así vas juntando cosas. No soy un tipo culto, y nunca lo he sido.

Pero es cierto que siempre se tiene un libro o un autor en la cabeza y, casi con seguridad, será el próximo. Sólo casi.

-Editaste el libro de cuentos Ratón Blanco, ¿cómo definirías tu narrativa y sobre qué cosas escribis?

-Cuesta definir. Ratón Blanco incluye trece cuentos cortos que, salvo uno de ellos que se titula “El careta”, responden a una línea, a un registro digamos. Es un conjunto de relatos con los que en algún sentido intento aproximarme al género fantástico. Peor también es apreciable cierta esencia poética en el trasfondo de los textos. Lo poético quizás contribuya al misterio de los mundos reales e imaginarios que atraviesan a estos cuentos y a los personajes que transitan en ellos. Lo poético es eso que apenas desdibuja algunos límites en los cuentos, y siempre sí, a través de un lenguaje simple, directo, cotidiano, prevaleciendo la frase breve pero efectiva que creo que se traduce en una tensión, una amenaza, esa sensación de que algo va a ocurrir. Este tipo de cuentos, incluidos en Ratón Blanco, son escritos en busca de un efecto inmediato en la lectura; algunos escritores menosprecian o subestiman esta intencionalidad. Para mí es un gesto, en el trabajo de la escritura, doblemente exigente para el autor. A veces funciona bien y sale algo más o menos disfrutable.   

 -¿Cómo se da el acto creativo en tu escritura?

-Aparece siempre algo, primero, una idea, una situación, incluso una palabra o una  frase; o a veces aparece una historia completa de principio a fin que únicamente (que es lo más difícil) hace falta sentarse a escribirla. Se da de muchas maneras, es un trabajo que pocas veces se parece el de un trabajo con el de otro. Pero generalmente empiezo a escribir, tengo una buena secuencia de cosas o una o dos oraciones contundentes y, a partir de aquí, escribo prestando mucha atención a las cosas que van surgiendo en el camino. Si bien tengo una idea de hacia dónde voy (esto no significa un final sino más bien por donde voy a ir) nunca sé con certeza absoluta lo que terminará sucediendo, o mejor dicho cómo sucederá eso que sin dudas le sucederá a él o los personajes de la historia que esté empezando a escribir. Me gusta pensar siempre en una escritura trabajada en el más absoluto respeto por aquello que persigue todo acto creativo: la posibilidad de imaginar otros mundos posibles pero en éste. Esto lo dijo Pablo Montanaro, un poeta y periodista, en un comentario que hizo sobre mi libro; y creo que da en la tecla, en cuanto a que me gusta escribir siempre algo que se corra de alguna manera de lo real o lo posible y sin perderse en un completo disparate y, si así fuere, articular dentro del texto las leyes que lo permitan.     

-¿Qué libros te han conmovido?

-Una mezcla de libros de cuentos, poesía y novelas: “Ficciones”, Borges; “Bestiario”, y “Deshoras”, Cortázar; “El cruce del Aqueronte”, Castillo; “Extracción de la piedra de la locura”, Pizarnik; “Op Oolop”, Juan Filloy; “La caverna”, Saramago; “La ciudad”, Levrero; Pessoa; Huidobro; Girondo… Raymond Carver y todos sus cuentos (“La catedral” y “De qué hablamos cuando hablamos de amor” imperdibles) y sus poesías (“Una tarde”, por ejemplo) me parece genial todo lo que ha escrito; “El hombre que fue jueves”, Chesterton; “Demian”, Hesse; “Un hombre en la oscuridad”, de Paul Auster, o, “La música del azar”, también de Auster… uuh, son muchos, todos estos y muchos más me han impactado gratamente, siempre me impactan los buenos autores, ahora, así rápido, se me escapan un montón.

-¿De qué trata la revista "Nortensur, arte del fin al mundo"?

-“Nortensur, arte del fin al mundo” es una publicación que hacemos cada dos meses junto a colegas escritores y periodistas: Hernán Riveiro, Soledad Arrieta, Horacio Beascochea y Pablo Cazayous. A decir verdad yo me he sumado a la revista en el sexto número, que fue hace dos meses atrás, ahora (fines de octubre) está por salir la Número 7. La revista reúne producciones de artistas, entre ellos escritores, plásticos, músicos, etcétera, locales, es decir, que residan en la región del Alto Valle patagónico comprendido entre parte de Río Negro y Neuquén. La idea es dar un espacio a los y las artistas que producen acá, desde acá quiero decir, no necesariamente debe ser neuquino/a o rionegrino/a, sino que viva en la región. Es una revista absolutamente independiente. No recibimos ninguna clase de poyo, no por reacios, que quede claro, sino porque lisa y llanamente no nos dieron pelota en cultura de la ciudad. Pero esto no ha impedido que la revista tome cierta consistencia en los lentos pasos que va dando y logre salir a la calle con la colaboración de auspiciantes y la venta de las revistas propiamente y algún dinerillo que se recaude en pequeños eventos de lectura y música que intentamos hacer una o dos veces al mes. Algo así es Nortensur.