LOS BUENOS MODALES

De La fragilidad de los héroes solitarios (2021)

 

Cuando el gato anda por los tejados,

los ratones bailan en el suelo.

Balzac, “Eugénie Grandet”.

 

La Carina se la pasa todo el día tomando mate dulce frente a la pantalla de la computadora. Ahora, anda metida en el asunto ese del Facebook. La verdad es que yo no la entiendo. Parece una nena chiquita. Le agarró la manía de la computadora, que es algo que usan los chicos. Nosotros la compramos para ellos, para que se diviertan. El otro día llegué de trabajar a la noche, como siempre, y me contó que la Magui y el Fer, nuestros hijos, le enseñaron a usar Facebook. Después de eso, cada vez que llego me la encuentro en la misma posición: tomando mate dulce y mirando la pantalla. Yo me le siento al lado nomás, de lo cansado que vuelvo no me saco ni la gorra del trabajo. Espero ahí, media hora, una hora, mientras comemos  galletitas o pan con mermelada que sobró de la tarde. Llego de trabajar con ganas de comer fideos caseros o bifes de ternera. Pero ella, desde que está con eso del Facebook, ya no me espera con la comida hecha. Entonces, yo tengo que insistirle para que deje la computadora y se ponga a cocinar.

            Ya estoy harto. El otro día me quedé haciendo horas extra en la quinta, juntando arándanos, y cuando llegué a casa la Carina estaba frente a la pantalla tomando mate dulce y jugando al Facebook. Los chicos estaban afuera, en lo de Alan, el vecino, jugando con sus hijos. Ya le había dejado dicho, antes de irme, bien temprano por la mañana, que volvería mucho más tarde de lo normal y que por favor, comprara la comida para la cena, porque a la vuelta iba a estar todo cerrado. No compró nada. Y como no había otra cosa para masticar en toda la casa, tuve que comer pan con queso cremoso. Los chicos, por suerte, comieron en la casa del vecino.

            Me siento al lado de ella y le cebo mates. Se ríe, pone música fuerte, me muestra los jueguitos del Facebook y yo le digo que no entiendo. Entra a lo que le llama el perfil de alguna persona y me muestra las fotos. El otro día entró al perfil de mi hermano Carlos y había fotos de toda la familia, incluso una en la que aparecía yo. Me sorprendí porque nadie me había avisado nada. Entonces, me contó que eso pasa cuando no tenés Facebook. Yo le dije que cómo iba a hacer para tener Facebook si no sé leer ni escribir. Ella contestó que así nunca iba a poder tener. Me dolió un poco porque sé que a esta edad me costaría mucho aprender. También me mostró el perfil de mi sobrino, el de Fer y Magui, y comprobé que todo el mundo tiene. Todo el mundo, menos yo.

            En la quinta no va a haber trabajo por cinco días. Recién el sábado tengo que ir. Por un lado, está bueno porque me quedo en casa descansando, pero por el otro no voy a contar con la plata diaria que recibo por cosecha. Por suerte, Pablo, el que tiene un almacén acá a la vuelta, me deja que le saque fiado hasta que me vuelvan a pagar. Empecé a ir a la escuela nocturna para aprender a leer y escribir. Soy el más grande del curso. Aproveché los días libres para anotarme, pero no sé cómo voy a hacer cuando tenga que  volver a trabajar en la quinta. La Carina me lo festejó mucho, tanto que ese mismo día hizo bolas de fraile a la tarde y, a la noche, fideos caseros. Me gusta ir a la escuela, salir un poco de casa. Los chicos se la pasan jugando con los vecinos, cuando salen de clase, y la Carina no deja la computadora en ningún momento del día. Excepto, cuando llega alguna de sus hermanas con el librito nuevo de Avon y se ponen a hablar de los productos que venden. Me dijo que a ella le gustaría empezar a vender también, pero después de eso nunca más se puso las pilas. Si lo pienso bien, creo que eso fue justo en la misma época en que empezaba a hacer furor con la computadora. Me acuerdo porque me mostraba que podía escribir más rápido en el teclado que antes, usando las dos manos. Ahora, que lo veo más de cerca, además de aprender a leer y escribir, para jugar al Facebook también voy a tener que agarrarle la mano a la computadora.

            Parece más fácil de lo que pensaba. El otro día llegué de la escuela a las diez de la noche y me senté al lado de la Carina. Tomamos mate dulce frente a la pantalla de la computadora mientras ella jugaba al Facebook. Yo creía que todavía no era capaz de leer. Pero ese día comprendí que sí, que algo entendía. En la parte de abajo de la pantalla había un rectángulo, a la derecha, que se ponía azul al mismo tiempo que la computadora emitía un sonido. Cada vez que eso pasaba, la Carina lo abría. Y ahí hacía furor con el teclado. Escriba que te escriba. Así estábamos, cuando me di cuenta de que ya sabía leer. Enfoqué mi atención en el rectángulo, mientras escuchaba que ella se reía o hablaba para sí misma. Alan Rojas, decía el rectángulo. Me costó un poco pero finalmente descubrí que decía eso, que no estaba equivocado. El vecino, dije en voz alta sin darme cuenta. ¿Qué pasa con el vecino? No tiene drama en que los chicos se queden a comer ahí, van a hacer pizzas, me contestó. No, no pasa nada, pero el nombre del vecino está ahí en la pantalla, le dije. Sí, es porque estoy chateando con él ¿cómo sabés que dice eso si vos no sabés leer? Me acabo de dar cuenta, recién ahora, de que sé leer, te dije que lo estoy aprendiendo en la escuela.

Caminé hasta la primera calle de ripio, donde termina el asfalto, para tomarme el colectivo del turno tarde e ir a trabajar. Todavía faltaban diez minutos para que llegara. Fumamos algunos cigarrillos con mis compañeros, apostados bajo la sombra de unos árboles. Hacía un calor insoportable. Los chicos iban a pasar el día en la pileta del club y la Carina ni idea, pero seguro que encerrada frente a la pantalla de la computadora tomando mate dulce. Alguien destapó una Manaos de naranja que nos refrescó bastante mientras seguíamos esperando. Pasaron cuarenta minutos y el colectivo todavía no llegaba. Al rato, a uno de los muchachos lo llamaron por celular y le avisaron que se había roto y que el turno de hoy pasaría para mañana. Nos despedimos y cada uno se fue por su lado, hacía mucho calor para cosechar arándanos, y también, quizás, para arreglar colectivos.

            Me sorprendió no haber encontrado a la Carina en su posición habitual. No estaba frente a la pantalla, ni tomando mate dulce siquiera. Dejé la gorra del trabajo arriba de la mesa y me senté a mirar. En la casa no entraba el sol, hacía fresco. Después de haber ido cinco días a la escuela, ya casi sabía leer del todo. Lo primero que noté fue que Facebook no se escribe como se dice, sino que se escribe muy raro. Seguro está en inglés. Después vi que aparecían un montón de fotos y videos mientras movía el mouse. A la derecha de la pantalla estaba el mismo rectángulo de siempre, el que tiene el nombre del vecino, pero esta vez en color blanco. Lo apreté para ver qué pasaba. Se abrió lo que supuse que era el chat, por lo que me dijo la Carina el otro día. Empecé a leer unas palabras que salían de la foto del vecino. Decía que ya estaba solo. Después, más abajo, unas palabras en fondo azul, que supuse eran de ella, a la que tanto había yo besado, a la que le traía el pan a la mesa todos los días, que eran suyas, sus palabras, las que leí con su voz y las que en ese momento se dirigían al vecino, unas palabras que le decían que ya iba para allá, que hoy yo trabajaba toda la tarde y que los chicos iban a estar en el club, que la espere.