Esa verde siesta

Cuento premiado en el Certamen Literario Provincial "Entre Orillas"; 2021

 

En esa verde siesta, la misma en que se dio cuenta de que ya estaba despatarrada en toda su maternidad, en toda la orilla del río del que nunca dejará de salir y de entrar, en la verde siesta de ese mismo día en que se sacó de encima al último estorbo, esa misma verde siesta la Emi apoyó la cabeza pelirroja del Fragata, la apoyó contra una de las maderitas recién partidas del cajón de manzanas que a su vez se sostenía dificultosamente pero casi con elegancia sobre las tapas multicolores, laminadas mate, impresas en offset en papel ore plus de doscientoscuarenta gramos con todas las páginas en fotocromía todavía analógica, de laboratorio, típica de las impresoras Garaventa de los años cincuenta, como en las que se había impreso aquel libro deslumbrante que a la Emi la había maravillado cuando era gurisita, allá en las orillas de mamá y papá, en la antes verde siesta de la infancia cuando todo era un sueño y el futuro no existía, el pasado no importaba, y el presente era eterno como siempre lo fue en el fondo, pero aún la Emi no lo sabía y entonces se maravillaba con las historias tan bien ilustradas, soberbias, mágicas, que alimentaban su tierna mente con fantasías de premios y castigos, de un temible ser terrible y tonante y tan seguro el tipo de lo que está bien y de lo que está mal y con infiernos prometidos y fuegos eternos y gente que para obtener algo moría o mataba o mentía o se humillaba, gente bruta que miles de años atrás eso necesitaba, es tan obvio hoy, eso precisaba para no mandárselas, para no mandarse las peores, como el papá de Miquel, porque así como un gurisito precisa el temor a Papá malo, el puto miedo a una deidad tan terrible como temible para no hacer cagadas, porque la maldad desarrollada como estrategia para la supervivencia biológica se había transformado en civilización y así, sólo así, bajo el terror podía optar por no matar, no violar, no torturar, no esclavizar, pero esta gente de la Garaventa, bah no de la Garaventa sino los que les pagaban a los de la Garaventa, seguían repitiendo eso como si no hubieran pasado veinte siglos y aun fuéramos todos esos brutos a los cuales es perder el tiempo decirles "tratá al otro como querés que te traten" y entonces como niños idiotas hay que seguir diciéndoles "no hagas esto" y "no hagas aquello", y como si "esto" y "aquello" no cambiaran casi a cada rato, y como si no hubieran pasado veinte siglos y no supiéramos por ejemplo, que la Tierra no está quieta, nene idiota, que no sos un bicho muy distinto del árbol que mataste para hacer ese libro y entonces la peregrina idea de que ese puto libro que apareció en la mudanza y que la Emi encontró con nostalgia y que la Emi pensó "es para Miquel, es para mi chiquito, para que pueda volar leyéndolo como volé yo" y entonces la Emi empezó a hojearlo otra vez de vuelta de nuevo tras casi tres décadas de no verlo y al hacerlo, al descubrirlo como si fuera la primera vez ahora en su propia casa, bah que no era su casa todavía, la casita a la que se había mudado en la esperanza de empezar con el pequeño Miquel una nueva vida libre de violencia, esa casita a mantener a duras penas con su esfuerzo sus ingresos de casi indigente y encima sola porque libre de violencia también significaba, al menos por ahora, sin que entre un mango de parte del causante de esa violencia al cual prefería llamar de cualquier otro modo para no ensuciar la palabra “papá” por ejemplo progenitor sujeto el psicópata ése el violento aquel el enfermo, pero el asunto es que ahora en plena mudanza con esas páginas deslumbrantes de papel ore plus de doscientoscuarenta gramos la Emi empezó a temblar, a transpirar y a entender cuánto de lo que había sufrido y cuánto de lo que debió sacarse de encima trabajando sola durante décadas, escarbando su conciencia, esculpiendo su personalidad desde cero para ubicar en su lugar cada "así no vas a conseguir novio", cada "una nena no se debe portar así", cada "cuando hablan los grandes usté se calla", cada "a los putos hay que matarlos a todos", cada "los varones no lloran", cada "estudiar para qué, conseguite un buen marido", cada "adónde vas vestida así", cada "cuéntame hija, te tocaste ¿no? O tocaste a tu novio", y vio con prístina claridad cuánta de toda esa costra maloliente con la que había debido lidiar y a la cual solo logró vencer con una voluntad forjada con delectación de artista como escribió el quijotesco ex rugbier asmático, cuánta de esa mancha venenosa que la asediara durante toda su vida su joven vida que esa costra estuvo así, mirá, así de arruinar para siempre, cuánto de todo eso estaba en esas páginas deslumbrantes de papel ore plus de doscientoscuarenta gramos y cada palabra volvió otra vez again y la Emi entendió todo y pensó en el pequeño Miquel otra vez de vuelta de nuevo again y manoteó la cajita de Fragata y se fue con el libro al patio y quebró el cajoncito de manzanas y apoyó entonces el fosforito pelirrojo y lo hizo chasquear y la magia multicolor de la combustión encendió la maderita del cajón de manzanas y así la Emi miró llena de alegría cómo empezaba a quemarse ese libro de mierda mientras pensaba que ella cortaría ahí mismo ese círculo infernal como debe hacerse con todo infierno, con fuego, sí, con ese fuego sagrado y así fue como la Emi esa tarde venerable encendió el fósforo y liberó al pequeño Miquel y así fue como la Emi ese día, esa tarde, esa verde siesta en la orilla de su sabiduría de hacerse mamá, supo que salvó para siempre a Miquel, su hijito, y a toda la humanidad.