LOS CANTORES Y LOS PÁJAROS

 

      Los cantores somos como los pájaros.
          Hemos nacido en la noche de la selva y venimos a detenernos en la costa del Uruguay, que es el río más sonoro de los ríos de América. Así llegó Olegario Andrade, hijo de portugués y el más argentino de los poetas. Había nacido ¿dónde? En un rancho de barro y totora como el nido del hornero. A los diez y seis años descollaba en un certamen lírico del colegio de Concepción. Había llegado a cantar a la costa del Uruguay. Somos la voz del río. Los cantores somos como los pájaros que en la rama del ceibo tendido sobre el río han distendido el arpa y el plumaje. No están en el cielo, ni en la tierra, ni en el agua, y en ese punto indeciso sólo el río los posee como el espejo posee la imagen. Hemos venido a cantar sobre ojos del Uruguay.
          Más arriba de Concordia, bajando de las palmeras jesuíticas de San Javier, saltando sobre los obstáculos de piedras preciosas, las turmalinas, las ágatas y las amatistas, toda la sospechosa fortuna del Barón de Mahua, banquero del Imperio y fallido, el río importante se torna parlanchín. La espuma del río es toda elocuencia. Lleva, como la voz de los seductores, campanillas de plata sólo entendidas en las misas de las vírgenes que no se lavaron ni se hurgaron jamás el cuerpo para estar bien con Jesús y sólo de estas hijas de derviche entendidas. Lleva, además, a la usanza de los grandes amantes, palabras gangosas que la sensualidad del trópico le ha volcado en la sangre, una sangre tibia, azulada y lechosa como la luz de la madrugada. Los cantores somos como los pájaros y venimos a detenernos en la costa del Uruguay.
          Yo no llevo escapularios sobre el pecho. Pero tengo un cuadrito en el alma, y en la mejor de las piezas, frente a la ventana en que pueden asomarse los ojos curiosos de mis amigos. Es como una otra ventana pequeña que diera, a su vez, sobre el infinito. ¿Qué se ve en ella? La costa del río, los sauces sobre el agua, una plaza de terrón sonrosada, el caserón blanco de la aduana y un farol alumbrado como una estrella menesterosa, legaña de los mancarrones criollos, al que se acerca un atrida con bombachas, poncho y kepí, y le baja la mecha al reverbero, apagando la estrella. Fue en una mañanita, al alba. El río Uruguay dormía manso. Yo debía tener cuatro o cinco años cuando el cuadrito se me dentró en el alma.
          Los cantores somos como los pájaros y hemos venido a entonar a la orilla del Uruguay.