A PUNTO DE RECONOCERNOS

A punto de reconocernos, fuera de alcance de ese lugar de nombres, intensidad que poco a poco se vacía.

Espejo por donde el ahogado regresa. Encuentras en tu espera esa tarde del año 40 extraviada en pajonales. Encuentras el lugar desde donde nos atraían esas y otras preguntas, preguntas que oscurecen el agua.

¿No eran ustedes las hojas de todos los árboles?, lentamente volvían, ¿su esperar paciente en todas las caras? ¿No eran ustedes las hojas caídas de todos los árboles?

¿Eran ustedes casi todos los árboles, las hojas nuevas, hojas cayéndose, caídas, el madurar verde?
Espejo de estar por quedarte dormido. Pasa lo que no pasa. Transcurre lo que no pasa, pasa el agua, pasan las aguas de nuevos ríos. En espera siempre de lo mismo: desaparecerle al día.

Cosas que no oscurecen las estaciones.

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Palabras, llegaban silenciadas por la palabra siguiente, palabras que meditaba por lengua antes que por la pluma. Recién escritas, acompañaban el texto de las tardes, su manantial eran, su libro de lectura.

Horas de espera: terminaban dando en otra lengua, borradores de poemas que llegarían.

Entretanto, por saber de esa persona que se acerca entre los paraísos de la entrada, una luz asoma de la casa, desnuda las hojas de los árboles.
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No me dejes sin mi silencio, te pedí, no te lo lleves todo, que no me quede con el tuyo todo, solo.

Que cuando no me acabe de haber ido me posea mi silencio mudo.

Porque puedas oírme cuando no me acabe de haber ido.

 

Olía triste. Nos llegaba la voz antes que el cuerpo, su voz cansada por el bajo. Y en la callecita, esa voz se callaba, los paraísos, para que la hilacha del cuerpo se detuviera atónita, se quedara mirándonos esperarla, su renguera se llevaba bien con el mentón.

Era tan triste esa llegada.

Y entonces no era una voz sino un velorio, un velorio con inacabables migas de pan sobre la falda.
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De Arnaldo Calveyra, Obra reunida, Adriana Hidalgo Editora